Y no quedo ninguno by Agatha Christie

Y no quedo ninguno by Agatha Christie

autor:Agatha Christie [Christie, Agatha]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1939-11-06T00:00:00+00:00


IV

Vera había estado muy nerviosa toda la mañana; había rehusado la compañía de la señorita Brent con manifiesta repugnancia.

La señorita Brent llevó una silla a un rincón de la casa, resguardado del relente, y se sentó a hacer punto.

Cada vez que Vera pensaba en ella, le parecía ver un rostro pálido, ahogado, con el cabello enredado en las algas marinas. Un rostro en otro tiempo hermoso —⁠quizá demasiado hermoso⁠— que ahora estaba más allá de la piedad o del terror.

Emily Brent, plácida y virtuosa, seguía con su labor.

En la terraza principal, el juez Wargrave estaba encajado en una butaca con la cabeza hundida entre los hombros.

Al mirarlo, Vera se imaginó a un hombre joven, asustado, de cabello rubio y ojos azules, sentado en el banquillo de los acusados: Edward Seton. Y en su mente veía las arrugadas manos del juez poniéndose el birrete negro para pronunciar la sentencia…

Al cabo de un rato, descendió con paso lento hacia el mar. Llegó al extremo de la isla, donde un anciano, sentado, contemplaba el horizonte.

El general Macarthur se revolvió al comprobar que Vera se le acercaba.

Volvió la cabeza con un destello de curiosidad y de aprensión en la mirada. La joven se sobresaltó. El general la miró fijamente durante unos minutos.

«Es extraño. Se diría que sabe…», pensó ella.

—¡Ah, es usted! ¡Ha venido! —⁠dijo el general.

Vera tomó asiento a su lado.

—¿Le gusta estar aquí y contemplar el mar?

El anciano asintió con la cabeza.

—Sí, es muy agradable, y este rincón es bueno para esperar.

—¿Esperar? —repitió la joven—. ¿Qué espera usted?

—El final. Pero usted lo sabe tan bien como yo, ¿no es cierto? Todos esperamos el final.

—¿Qué quiere decir? —le preguntó Vera un tanto inquieta.

—¡Ninguno de nosotros saldrá de esta isla! —⁠respondió el general con voz grave⁠—. Ése es el plan. Pero usted ya lo sabe. Quizá usted no comprenda que es un verdadero alivio.

—¿Un alivio? —repitió Vera sorprendida.

—Sí. Naturalmente, usted es muy joven y aún no lo entiende. ¡Pero ya lo hará! El alivio que se siente al saber que se acaba todo, que no se tendrá que seguir arrastrando una pesada carga. Usted también lo sentirá algún día.

—No lo entiendo —exclamó Vera con voz ronca mientras se retorcía los dedos.

De pronto, tuvo miedo del viejo militar.

—Amaba a Leslie… con locura —⁠comentó el general pensativo.

—¿Leslie era su esposa? —le preguntó ella.

—Sí, mi esposa. Y yo la adoraba. Me sentía muy orgulloso de ella. ¡Era tan hermosa y alegre…!

Guardó silencio durante unos instantes.

—Sí, quería mucho a Leslie. Por eso lo hice.

—¿Quiere decir…?

El general Macarthur asintió lentamente.

—¿Para qué negarlo ahora, ya que vamos a morir todos? Envié a Richmond a la muerte. Supongo que, de algún modo, podría tildarse de un crimen. ¡Es curioso! ¡Un crimen…! ¡Y decir que siempre respeté la ley! Pero entonces no veía las cosas como hoy, y no tuve remordimientos. «Se lo tiene bien merecido», así pensaba yo entonces. Pero luego…

—¿Luego, qué? —insistió Vera.

El anciano inclinó la cabeza. Parecía perplejo y también angustiado.

—No lo sé, no lo sé. Todo cambió. No sé si Leslie adivinó la verdad… No lo creo.



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