Volver a Carranque by Bernabé Mohedano Cuadrado

Volver a Carranque by Bernabé Mohedano Cuadrado

autor:Bernabé Mohedano Cuadrado [Mohedano Cuadrado, Bernabé]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-07-01T00:00:00+00:00


17

I

Carranque, noviembre de 377

Achantia aguardaba enajenada en su cubiculum.

Cada segundo repicaba en su cabeza con la fuerza con la que la campana de la iglesia avisa del paso de las horas. Sin orden aparente, más allá del latido de su corazón, se sentaba y levantaba de su butaca. Acudía a la ventana para, sin realmente ver nada, observar cómo los cipreses que flanqueaban el camino de entrada escondían su tímida sombra en aquel nuboso día o como un águila perdicera jugueteaba con el fuerte viento que soplaba racheado y ululaba o silbaba según a lo que se enfrentara.

Rápidamente aburrida, frenética, ansiosa caminaba compulsivamente alrededor de su cama, tropezando con alfombras y muebles. Alterada se acariciaba la cara, las caderas, los muslos y las propias manos entre ellas con fuerza. Nerviosa se comía las uñas en un olvidado gesto de su infancia que no poco le había costado reprimir. Perturbada se detenía una y mil veces ante su pequeño espejo de plomo para peinarse algún revoltoso rizo, revisarse los dientes o hacer escorzos para alisarse la ropa de frente y de perfil.

A poco más de treinta pasos, en el tablinum de su padre, desde hacía más de media hora se encontraba Cinegio.

No había podido verlo, pero poco había tardado en enterarse de su llegada junto a Honorio desde Cauca. Fácil había sido por el desatado tumulto de los esclavos y la inmediata confesión de su hermana Faustina. Ahora, además, podía sentirlo del mismo modo que el labriego predice la llegada de la lluvia durante los meses de julio o agosto. Cercano, anhelado, redentor.

Hija de un hombre rico y distinguido, gentil, ingeniosa, profunda e instruida, Achantia se había visto siempre abocada a vivir entre el halago, a convivir con la adulación extrema. Obligada a ser feliz desde la cuna. ¿Qué le faltaba? ¿Podía ser acaso tan caprichosa de no disfrutar de la suerte de haber nacido siendo el trébol de cuatro hojas entre la hierba?

De aquí, del mal del príncipe, provenía su hastío. Su excéntrica y constante búsqueda de Dios sin encontrar otra dirección ni objetivo claro hasta aquel pasado San Juan.

Achantia, como le pasara a Kiria, había captado la singularidad de Cinegio en todo su esplendor, leyendo en el fondo de su alma el poema más bello jamás escrito, descubriendo por fin a alguien distinto, distinguido, privilegiado en su soledad al parecer no necesitar apoyo externo alguno. Diferente del resto.

De algún modo, y pese a sus inmensas diferencias, le recordaba a su adorado Prisciliano, pues la grandeza del africano era tal que pese a su débil aspecto y siendo un extraño de escasa altura, cojera y cierto aire ensimismado, enseguida captaba la atención de cuantos le rodearan siendo el objetivo particular de las ideas ingeniosas y originales. Como con el prelado, no necesitaba de artificiosos recursos para gobernar al resto, solo con sus miradas, sus silencios o aquellas ideas que todos se preguntaban cómo no habían salido antes. El mismo Teodosio, naturalmente arrollador, buscaba inconscientemente su aprobación u opinión en las cuestiones complejas.



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