La frontera de piedra by José Zoilo Hernández González

La frontera de piedra by José Zoilo Hernández González

autor:José Zoilo Hernández González [Hernández González, José Zoilo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-03-30T00:00:00+00:00


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Mayo del 378. Constantinopla

Valente no había tenido más remedio que zanjar sus disputas con el emperador persa y con la reina Mavia. Con el primero, bien sabía que el acuerdo duraría solo el tiempo necesario para que ambos repusieran fuerzas y estuvieran en disposición de atacar de nuevo, como venía sucediendo en la frontera oriental del Imperio romano desde hacía generaciones. Sobre la segunda, esperaba que el apresurado acuerdo alcanzado fuera suficiente para evitar que el conflicto se enconara y le causara más quebraderos de cabeza en el futuro.

Solventadas aquellas circunstancias, el emperador marchaba a toda prisa hacia Constantinopla para hacerse con las riendas de la situación en sus provincias septentrionales. No estaba contento con la forma en la que se habían desarrollado las cosas. Durante casi un año, mientras estaba en Oriente, había abierto cada despacho con la esperanza de saber que la revuelta goda había sido sofocada y sus líderes muertos o cargados de cadenas; pero finalmente hubo de asumir que Trajano y Profuturo no habían tenido el éxito esperado. Había llegado el momento de encargarse personalmente del asunto.

Como miembro del estado mayor, Flavio Constancio no había tenido un instante de descanso desde que entraran en la ciudad. Ni tan siquiera había podido ver a su hijo, Flavio Estilicón, que se alojaba en la casa familiar, en la capital. Él, en cambio, no había podido alejarse ni un momento de palacio.

Las informaciones sobre Tracia y Mesia eran tan constantes como diversas, y se veía incapaz de hilvanar una explicación plausible. Lo único cierto era que la revuelta estaba lejos de ser sofocada. Ignoraba el número total de godos, alanos y taifalos que habían entrado en tierras del Imperio, pues se habían dispersado con rapidez. Y Trajano, Profuturo y el general de caballería Saturnino, junto con los generales de Graciano, habían tratado de reunirlos como haría un grupo de perros pastores con las ovejas descarriadas.

Flavio Constancio sabía que eran buenos comandantes, con un historial de servicio sin mancha. Pero las únicas victorias claras habían sido contra pequeñas bandas, mientras que el resultado había sido incierto en encuentros como el de Ad Salices, cuya resolución tanto había enfurecido a Valente. Por todo ello, Constancio había concluido que aquel enemigo, a quien creían pobres desahuciados, era en verdad una amenaza real.

Una montaña de despachos se acumulaba sobre su mesa, frente a la que un escriba transcribía una misiva dirigida a los oficiales de las guarniciones cercanas a Adrianópolis, hacia donde se dirigiría Valente más pronto que tarde. Frustrado, contuvo el impulso de barrerlos con la mano; por más que los leyera, no era capaz de comprender cómo aquello que podría haber remediado la acuciante demanda de guerreros en la frontera del Istro había terminado por poner en riesgo la propia integridad del Imperio. Por fortuna o por desgracia, el mayor responsable de tal vuelco, Lupicino, no podría dar cuentas de su actuación, ya que había muerto durante el conflicto. El mal ya estaba hecho, y ahora debían enmendarlo de la mejor manera posible: rechazando a los godos y enviándolos de nuevo más allá del limes.



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