La puerta roja by Claudia Catalán

La puerta roja by Claudia Catalán

autor:Claudia Catalán [Catalán, Claudia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2021-05-01T00:00:00+00:00


IX

Hasta la grandiosa fuente de cuatro saltos parecía haber convertido su canto en llanto por aquellos días. Su burbujeo resonaba amplificado en la plaza hueca, vacía del coro de risas y la melodía de la vida. Ya nadie se atrevía a acercarse a aquellas paredes agujereadas, y nuestra pequeña y sencilla fuente, más alejada del centro pero más accesible en su humildad, abastecía a todos generosamente. Era uno de los pocos enclaves del pueblo que parecía seguir latiendo con pulso propio, un rincón entre calles donde aún vibraba algo de alegría. Era también de los pocos sitios hechos de piedra a los que yo aún me acercaba sin temor, porque ahora cruzaba aprisa y con miedo las calles que antes me brindaban la alegría del juego y la aventura. Y como yo, seguían acercándose muchos animales a beber. Y también él seguía allí sentado invariablemente. El anciano Don. Me habría dado pena verlo siempre allí solo si no fuera por esa tranquilidad que transmitía. Esa paz. Parecía estar exactamente donde deseaba estar. Parecía que aquel era el lugar al que pertenecía y en el que se sentía a gusto. Nada le obligaba a estar allí pero del mismo modo parecía que nada le resultara más confortable que estar allí, sentado en aquel murete de piedra que él convertía en banco, mirando a la vida pasar y dejándose llevar por los gorgoteos de la fuente.

Yo había cogido la costumbre de saludarle al llegar, por educación y porque tenía la tímida esperanza de que algún día me devolviera el saludo y descubriera al fin cómo sonaba su voz. Me la imaginaba muy muy ronca. Gastada de no usarla. Pero nunca me había respondido. Hasta aquel día.

—Buenos días, Sacra.

Me quedé petrificada donde estaba, mirando al frente y con ambas manos apoyadas en el borde de la fuente. No me atrevía a girarme. ¿De verdad me había saludado?

—No traes el cántaro.

No era una pregunta. Pero esperaba una respuesta, o una explicación. Qué forma tan curiosa de preguntarme qué hacía allí sin compañía de ningún tipo, ni de cántaro ni de adultos. Me quedé callada sin saber qué decir, notando cómo me subían los colores.

—¿Y tus mayores?

—¿Qué pasa con ellos? —pregunté con un hilo de voz, un poco a la defensiva y sin querer mirarle.

Sentía las mejillas ardiendo, me ardía la cara, el cuello y hasta los pies. Debía de estar toda yo de un reluciente y vergonzoso color carmín.

Él ladeó un poco la cabeza antes de contestar:

—Nada, solo me pregunto si les parecerá bien que estés aquí, sola, hablando conmigo.

—Ellos… ellos no saben que estoy aquí, pero no pasa nada, saben que me porto bien, que no hablo con extraños. Y usted no es un extraño, es Don, he visto a mi tía Isidora saludarlo muchas veces y mi madre también lo conoce y sabe que no pasa nada, no es malo que hablemos y ella es muy buena y me deja venir aquí aunque no venga con ella…

Cada vez estaba más nerviosa y



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