La vida, después by Abdulrazak Gurnah

La vida, después by Abdulrazak Gurnah

autor:Abdulrazak Gurnah [Gurnah, Abdulrazak]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2018-04-23T00:00:00+00:00


9

Esa noche Hamza durmió a las puertas del almacén porque no tenía adonde ir. Vagó por las calles durante un rato en busca de algún lugar conocido, pero todos le resultaban extraños y las más de las veces no sabía dónde estaba. Se dejó llevar por la multitud hasta que de pronto se descubrió en la carretera de la costa, que reconoció con un leve escalofrío de emoción. La enfiló con la esperanza de hallar la casa en la que había vivido de niño, en vano. Creía haber dado con la zona, pero tal vez hubiesen demolido la casa y levantado otra en su lugar. Entonces la ciudad pertenecía a la Deutsch-Ostafrika y ahora era una colonia británica, pero esa circunstancia por sí sola no justificaba la desaparición de aquella casa, que tenía un jardín cercado por un muro y una tienda en la planta baja. Era como si la ciudad se hubiese expandido más allá de sus propios límites, engullendo de paso algunos de sus viejos barrios. Hamza solo se había ausentado durante siete años y la fisonomía de la ciudad no podía haber cambiado tanto durante ese tiempo. Tal vez estuviera buscando en el lugar equivocado. Cuando vivía allí apenas salía de casa —el miedo lo mantenía recluido en la trastienda— y había olvidado las pocas calles que conocía. Tal vez hubiese perdido una parte de los recuerdos por el camino, abrumado por las atrocidades que desde entonces había presenciado. Se sentía muy cansado, lo que tal vez contribuyera a la sensación de que todo a su alrededor le era ajeno. Algunas personas lo saludaban como si lo conocieran con una sonrisa, un ademán amistoso o incluso estrechándole la mano, pero él dio por sentado que lo confundían con otra persona. En cualquier caso, él no las conocía.

Cuando empezó a oscurecer volvió al almacén. Había una farola en el otro extremo del descampado que, si bien parecía multiplicar las sombras con su luz mortecina, también mitigaba hasta cierto punto aquella inquietante sensación de vacío. Hamza sabía que desde ese punto partía un callejón que llevaba a una mezquita, pues había oído al almuecín llamar a la oración del mediodía. Fue hasta allí para asearse y se unió a las plegarias. Los fieles se apartaron para hacerle un hueco y allí se quedó un rato, disfrutando de sentirse acompañado. Al caer la noche, cuando la mezquita cerró sus puertas hasta el día siguiente, volvió al almacén y se tumbó junto a la puerta, en el lugar que había barrido horas antes, usando la bolsa de lona en la que guardaba todas sus pertenencias a modo de almohada. Apenas pegó ojo pese al cansancio. Le dolía la cadera y los mosquitos se cebaron con él. Unos cuantos gatos merodeaban por el descampado, los oía maullar y de vez en cuando veía sus ojos reluciendo en la oscuridad. Las pesadillas interrumpieron su duermevela: soñó que caía a un abismo oscuro, que se arrastraba sobre una pila de cadáveres bajo la mirada



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