Amanecer en el oeste by Ellis Peters

Amanecer en el oeste by Ellis Peters

autor:Ellis Peters [Peters, Ellis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2000-05-15T00:00:00+00:00


* * *

Atendimos a nuestros heridos, ninguno de ellos en estado crítico, y a nuestros muertos, aunque, gracias a Dios, sólo hubo unos pocos, y también hicimos preparativos para atender a los heridos y muertos del otro bando, por lo que desde este momento Llewelyn fue el único e indiscutido príncipe de Gwynedd, como siempre había querido ser, y gobernó en solitario, y aquellos que habían sido leales a sus hermanos como sus señores no habían sino hecho su parte, y no merecían culpa alguna, sino elogio. Ahora eran sus hombres, y él no quería desgaste ni venganza, sino que su fidelidad hacia él fuera como la había sido para Owen y David. ¿Por qué hostigar o mutilar a aquéllos en los que te tendrás que apoyar en el futuro? Así que todos aquellos que estuvieron dispuestos a atenerse al veredicto del día y dieron su palabra al hijo de Griffith fueron enviados libremente de vuelta a sus trefs, y continuaron con sus asuntos rutinarios sin obstáculo o castigo. Y sin duda también se corrió la voz entre aquellos que habían huido y permanecían escondidos de que volvieran a sus hogares y prosiguieran con su vida como antes. No hubo muertes después de Bryn Derwin. Pero en Beddgelert, donde los buenos hermanos del pueblo, santos según la vieja usanza como en Aberdaron, atendieron las heridas de los vivos y pronunciaron devotos responsos por los muertos, hubo una ceremonia de acción de gracias, sumisa y solemne. Llewelyn había dicho la verdad, no hubo alardes tras la victoria. El asunto era demasiado serio para eso.

Creo que pasó toda aquella noche en la iglesia. Cuando me pidió que me retirara no quedó ningún hombre con mi señor aquella noche del veinticuatro de junio. Pero sin duda Dios estaba con él, él que había movido una mano para establecerle en el puesto que había deseado tanto, y no por perseguir su propia gloria, sino por aquel sueño que iba con él noche y día, el de un Gales unido y espléndido, libre sobre su propio suelo, igual a sus vecinos, sin miedo ni amenazas.

Siempre llevaba con él esta humildad infantil y penetrante, que iba de la mano de su gran ambición. Cuanto más éxito tenía en ensalzar el sueño, en cuya búsqueda era fuerte, implacable y decidido, y parecía un demonio orgulloso, más se maravillaba y se mostraba agradecido con que él, aunque era un hombre sencillo y falible, se convirtiera en el instrumento de tal prodigio. Y yo conozco, que fui su maestro muchos años en inglés y latín, la ilusión y formalidad con la que estudiaba para mejorar, y la mala opinión que tenía de sus propios talentos, y cómo se impacientaba ante su progreso, aunque humildemente, esperando no mejorar. Y creo que digo la verdad diciendo que cuando vino a mí saliendo de la iglesia de Beddgelert la mañana después de Bryn Derwin sus ojos mostraban falta de sueño, pero no de lágrimas.



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