El caudillo by E. Phillips Oppenheim

El caudillo by E. Phillips Oppenheim

autor:E. Phillips Oppenheim [Oppenheim, E. Phillips]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Filosófico, Realista, Sátira
editor: ePubLibre
publicado: 1901-12-31T16:00:00+00:00


CAPÍTULO II

En las altas esferas de la sociedad tratábase a Strone con marcada deferencia, por cuanto era un personaje de bastante importancia en el mundo político. Estando equilibrada la balanza de los partidos gubernamentales con los de la oposición, el Gobierno había menester del apoyo de los laboristas para neutralizar la fuerza de la minoría irlandesa. Gracias a ello había alcanzado Strone la promesa de que sería bien acogido su proyecto de ley acerca de la construcción y mejora de casas baratas; pero en vista de que la discusión de tal asunto iba aplazándose indefinidamente, últimamente negóse a consentir que siguiera su ponencia sobre la mesa y protestó tranquilamente, pero con significativa firmeza.

—¿Está usted dispuesto para el gran debate del martes, Strone? —preguntóle lord Sydenham.

—Estoy dispuesto desde hace cuatro meses —contestó Strone sonriendo—; y, por lo mismo, temo que el martes sea el límite postrero de mi paciencia.

—Esta vez no hay que temer aplazamiento alguno —aseguró convencidísimo lord Sydenham.

Cogió Strone una silla.

—Me gustaría conocer la opinión de usted acerca de la recepción que se tributará en la Alta Cámara a mi proyecto de ley —dijo.

Lord Sydenham encogióse de hombros.

—Tenemos allí una mayoría bastante importante —contestó—. A pesar de ello, es indudable que encontrará allí mucha mayor oposición que en los Comunes; pero ya debe usted contar con ello. Lo que desconozco totalmente es la actitud que tomará la representación eclesiástica.

—Hoy celebré una conferencia con el arzobispo y discutí con él detenidamente —indicó Strone—. Me ha ofrecido el apoyo eclesiástico.

Lord Sydenham enarcó las cejas, sorprendido.

—No se duerme usted sobre los laureles, amigo mío —observó.

—No puedo ir a ciegas en asunto tan importante —contestó Strone—. Mi deber es adquirir la certidumbre del triunfo. Otra pregunta deseaba hacerle, lord Sydenham: ¿habló usted al jefe del Gobierno de que hiciera suyo mi proyecto de ley?

Lord Sydenham asintió algo indeciso.

—Quisiera estar seguro de que irá a la Cámara de los Lores como un proyecto de ley gubernamental y no como un proyecto laborista que cuenta con el apoyo del Gobierno en la Cámara popular. Comprende usted mi intención, ¿verdad? En el último caso, podría haber disensiones individuales en la Alta Cámara; en el primero se convierte en una medida de partido.

Lord Sydenham movió la cabeza gravemente.

—Pide usted mucho, Strone —dijo.

—No lo juzgo yo así —aseguró Strone—. En principio creo necesario que se apruebe mi proyecto de ley; interesa tanto a usted como a mí que los lores no lo rechacen y en su mano está evitarlo.

—Hablaré a Wiltshire —prometió lord Sydenham—. Momentáneamente no puedo hacer más. Hay que tener en cuenta que su proyecto perjudica extraordinariamente a los propietarios, ¿sabe usted, Strone?

—Hay propietarios a quienes, más que perjudicados en sus intereses, quisiera ver colgados —declaró Strone.

El duque de Massingham acercóse a ellos con un vaso de vino en la mano.

—¡Cómo, Strone! ¿Qué es lo que oigo? ¿Desea usted colgar a los propietarios?

—No en general —contestó Strone con los ojos brillantes— sino únicamente a los que albergan en sus fincas a seres humanos como si fueran



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