1983 by David Peace

1983 by David Peace

autor:David Peace [Peace, David]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2002-01-01T05:00:00+00:00


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Caía por un abismo enorme, muy lejos de aquí, con la boca abierta, retorciéndose, entre aullidos y alaridos, como un animal, la madre atrapada y forzada a imaginar la repetición del sacrificio de su hijo, retorciéndose, entre aullidos y alaridos, tirada en el suelo de la sala de estar, sobre los cuadrados amarillos y los rojos, las marcas de pinturas de cera, retorciéndose, entre aullidos y alaridos bajo las luces amarillas y mortecinas que no dejaban de parpadear y el cartel descolorido que advierte de los peligros de perder a los hijos y no encontrarlos, retorciéndose, entre aullidos y alaridos, el olor a ropa húmeda y a cenas crudas, retorciéndose, entre aullidos y alaridos mientras tú anotabas sus nombres y sus edades y les decías las cosas buenas que ibas a hacer por ellos, las buenas noticias que ibas a darles, lo felices que serían, pero los padres seguían sentados y callados, a la espera de que sus hijos volvieran a casa para llevarlos al piso de arriba y meterlos en la cama, la casa en silencio menos ella, con la boca abierta, retorciéndose, entre aullidos y alaridos se balancea bajo el marco de la puerta cuando su marido se levanta de la butaca y extiende los brazos en cruz, los dientes le rechinan y tú te abalanzaste con intención de sujetarlo, de agarrarlo, pero tu hermano te lo impidió y te contó todo lo que había hecho, la mierda en la que se había metido, cómo la había cagado, dijo que más le valía estar muerto, mientras tu madre, con la boca abierta, retorciéndose, entre aullidos y alaridos, rompía las gafas con las manos, y entonces llegó un policía para llevarte al sótano, al pie de las escaleras, doblaste la esquina y abrieron la puerta de la sala 4, y allí estaba, con la pistola todavía humeante mientras ellos trataban de limpiarlo todo, porque olía a mierda además de a humo, había sesos pegados en los cristales de las ventanas, tirado en el suelo, con un dedo en el gatillo y su uniforme de la policía de West Yorkshire, entre un par de alas de cisne, con la cara reventada y destrozada, mientras ellos trataban de limpiar los restos y llevárselo de allí para enterrarlo en un agujero y olvidarse de todo, pero no podían, nunca podrán, porque ella no se lo va a permitir, con la boca abierta, retorciéndose, entre aullidos y alaridos, se sube por las paredes y se arrastra por las escaleras a cuatro patas, meando, ladrando y atrapándose la cola entre el olor a col recocida y a harapos sucios, bajo las luces mortecinas que no paraban de parpadear y el cartel que solicita, por favor, la colaboración ciudadana para encontrar a sus hijos, los cuadrados blancos y los cuadrados grises, las marcas de huesos y las marcas de cráneos, el linóleo y aquellos hombres que subían y bajaban por aquellas escaleras, que pisaban aquellos suelos de linóleo, aquellos policías con traje y botas del



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