Audrey Hepburn entre diamantes by Juliana Weinberg

Audrey Hepburn entre diamantes by Juliana Weinberg

autor:Juliana Weinberg [Weinberg, Juliana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2020-01-01T00:00:00+00:00


Junio de 1959

Mel tenía billetes de avión para la semana siguiente. La perspectiva de volver a ver a su padre sacó a Audrey de su letargo. Ahora se levantaba todas las mañanas, se vestía y comía con regularidad, aunque no suficiente. Pasaba mucho tiempo en el jardín, volvió a percibir por primera vez en mucho tiempo el olor pesado de las flores, el viento que movía la hierba, el calor del sol que le acariciaba la piel. A veces se quedaba ensimismada mirando el cielo azul primaveral e imaginaba cómo sería el reencuentro con su padre. Estaba nerviosa y tenía miedo de cómo iba a reaccionar él, pero detrás de esos sentimientos ardía una pequeña chispa de alegría.

Cuando una semana más tarde llegó el taxi que debía llevarlos al aeropuerto de Lucerna, Ella se despidió de la pareja en la puerta del jardín con los labios apretados. Todavía no se hacía a la idea de que su hija y su exmarido fueran a reencontrarse, tales eran sus reservas respecto a Joseph.

—Volverá a hacerte infeliz —dijo al despedirse de Audrey con un abrazo.

—Es posible. Pero debo asumir ese riesgo, ¿es que no lo entiendes, mamá?

Ella guardó un silencio obstinado, y su hija subió al coche. Durante la última semana se había esforzado en no dejarse ir más, y con su vestido color crema y su sombrero a juego, ambos de Givenchy, naturalmente, estaba tan elegante como siempre.

En el avión estuvo en silencio todo el tiempo, mirando el mar de nubes; Mel la dejó sumirse en sus pensamientos, y ella se lo agradeció. Le dio vueltas a cómo debía iniciar la conversación con su progenitor, pero rechazó todas las posibilidades. ¿Qué se le dice a un padre al que no ves desde hace tantos años?

Su marido pareció adivinar su inquietud, porque dijo:

—No le des más vueltas, y deja que todo fluya por sí solo.

—Por suerte estás tú conmigo —murmuró ella. No habría sido capaz de hacer ese viaje sola.

El avión descendió, y Audrey reconoció los prados y pastos verdes de Irlanda. ¿Qué habría llevado a su padre hasta allí?

Al desembarcar se sentía como en una niebla; siguió a Mel y observó con gesto ausente cómo se ocupaba de las formalidades. Algunas personas la reconocieron, pero él le pasó un brazo por los hombros y, nada más abandonar las instalaciones del aeropuerto, la introdujo rápidamente en un taxi.

—Al hotel Shelbourne —le pidió al taxista.

Dublín pasó ante Audrey como un sueño irreal. Caía una llovizna suave que salpicaba los charcos como agujas diminutas y cubría la ciudad con un velo de bruma. Cuando llegaron a la mayestática entrada cubierta del hotel, tenía el corazón desbocado.

—¿Preparada?, —preguntó Mel en voz baja.

Audrey tuvo la sensación de que no podía respirar, pero consiguió asentir. Angustiada, levantó la mirada hacia las altas ventanas redondeadas por arriba.

Su marido la cogió de la mano como a un niño y la condujo hasta el interior del hotel. Dio el nombre de ella en la recepción y luego la acompañó al ascensor.

—Hemos reservado una habitación —le susurró—.



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