Mi hermana, mi reina by Wendy J. Dunn
autor:Wendy J. Dunn [Dunn, Wendy J.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2021-01-15T00:00:00+00:00
Las noches frÃas significaban que volvÃa a ser la compañera de cama de Catalina. Aquella noche, en el lecho de la princesa, recordó la exigencia del prÃncipe. Dio vueltas en la cama hasta que la ira comenzó a hervirle dentro y amenazó con desbordarse. Al final, despertó a Catalina.
â¿Qué os pasa? ¿No os encontráis bien? ââ le preguntó su amiga, adormilada, girándose hasta ponerse de espaldas.
âNo estoy enferma.
âEntonces, ¿qué os ocurre?
MarÃa suspiró.
âPerdonad que no os lo haya contado, pero esta mañana, el prÃncipe Enrique me descubrió cuando estaba componiendo una canción para Will y quiere que la interprete mañana para él.
Catalina se volvió para mirarla a la cara.
â¿SÃ? ¿Por qué?
MarÃa resopló.
âEl joven prÃncipe quiere demostrar que es él quien manda. ââ Ahuecó su almohada y se tumbó, contemplando el techoâ â. No tiene derecho a pedirme una cosa asÃ. No estoy escribiendo esa canción para él.
âOs he dicho que no deberÃais escribir canciones para un hombre casado. Es pecado, MarÃa.
âLo sé, y se lo confesé al sacerdote de nuestra casa. Sabéis que Will y yo hemos jurado ser solo amigos.
âAun asÃ, le escribÃs canciones.
âLe amo; no puedo evitar amarle. Pero esta noche, mi preocupación no es Will. No quiero obedecer la orden del prÃncipe y reunirme con él mañana.
Catalina permaneció en silencio un buen rato.
âSi os lo ordena, MarÃa, debéis obedecer. ¿Y si voy con vos? ¿Os servirÃa de ayuda?
âPero mañana viene el embajador. Es una reunión demasiado importante como para que la canceléis por un prÃncipe caprichoso.
âLo habÃa olvidado. Tenéis razón, debo reunirme con el embajador. Y vos debéis reuniros con el prÃncipe. No creo que sea un caprichoso, lo que pasa es que es joven. Le gusta la música, y a vos también. Si pasáis más tiempo compartiendo ese interés con él, tal vez descubráis que tenéis cosas en común y lleguéis a apreciarle. Detesto pensar que mi hermana tenga tan mala opinión del hombre que, si Dios quiere, algún dÃa será mi esposo.
«¿Esposo? Por todos los santos, el chico es un pÃcaro arrogante y altivo».
Catalina se removió como si estuviera incómoda.
â¿MarÃa?
â¿SÃ?
âMe preocupa que nunca se os haya ocurrido llevar a alguien con vos en vuestras excursiones diarias. Os ponéis en peligro sin necesidad.
MarÃa se encogió de hombros.
âTengo veinte años y soy una mujer adulta. Hay guardias por todas partes y en cada puerta. En uno de los laterales hay un rÃo y, en el otro, altos muros de piedra. Nunca salgo de noche. Aquà estoy tan segura como si estuviese encarcelada. A veces, pienso que lo estamos, que el rey pretende que estemos encarceladas. ââ Se apartó un poco de Catalinaâ â. Nuestra maestra nunca tuvo a nadie que la siguiera a cada paso que daba, ¿por qué deberÃa tenerlo yo?
Escuchando a medias cómo Catalina enumeraba todos los motivos por los que no deberÃa andar sola por ahÃ, se acordó de algo, una cosa que habÃa decidido olvidar.
Las monjas la habÃan enviado a recoger unas cuantas hierbas de los jardines reales y allà habÃa visto a su maestra, que iba despeinada y caminaba como si lo hiciera en sueños.
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