La muerte es mi oficio by Robert Merle

La muerte es mi oficio by Robert Merle

autor:Robert Merle [Merle, Robert]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Crónica, Biografía
editor: ePubLibre
publicado: 1952-01-01T00:00:00+00:00


* * *

El primer año en la granja fue muy duro. Elsie recibió una pequeña suma que provenía de la herencia de su tía, sin la cual no habríamos podido instalarnos. A pesar de ello, apenas seis meses después tuve que sacrificar el bosque de pinos. Nos rompió el corazón el tener que talarlos tan pronto, porque con ellos se esfumaba nuestra única reserva.

Sin embargo, nuestra gran preocupación no era el dinero, sino el dique. La granja y, por lo tanto, nuestras vidas dependían de él, y preservarlo fue una lucha interminable. Cuando llovía más de la cuenta, nos mirábamos con angustia y, si una violenta tormenta estallaba en mitad de la noche, me levantaba, me ponía las botas, cogía la linterna e iba a ver qué ocurría. Algunas veces llegaba en el momento preciso y me metía en el agua durante dos o tres horas para tratar de contener la crecida con medios muy rudimentarios. Una vez o dos, incapaz de bloquear yo solo la grieta que amenazaba con hacerse más grande, debí regresar a la granja para buscar a Elsie que, aunque estaba embarazada, salió de la cama sin quejarse y trabajó conmigo hasta el amanecer. Por la mañana, cuando la lluvia cesó, apenas teníamos fuerzas para arrastrarnos por el barro hasta la casa y encender un fuego para secarnos.

En la primavera, Von Jeseritz vino a visitarnos, no encontró nada qué decir sobre el estado de los caballos y de la granja y, después de haber aceptado beber un vaso de cerveza con nosotros, me preguntó si me gustaría formar parte del Bund der Artamanen. Me explicó que era un movimiento político del cual se estaba ocupando y que se proponía la renovación del campesinado alemán. Ya había escuchado hablar del Bund, y su lema —Blut, Boden und Schwert[75]— me parecía un resumen perfecto de las doctrinas de las que dependía la salvación de Alemania. Sin embargo, le respondí que, al ser miembro del Partido Nacional Socialista, no sabía si podía adherirme al Bund. Se rio. Conocía a todos los jefes de las SA de la región y podía asegurarme que la doble pertenencia estaba autorizada por el Partido. Además, yo no lo ignoraba, él mismo era miembro del Partido y solo veía ventajas en el hecho de trabajar bajo el auspicio del Bund y no bajo la etiqueta del nacionalsocialismo, porque los campesinos desconfiaban un poco del Partido, sin embargo, eran sensibles a las asociaciones históricas como el Bund.

En ese momento acepté afiliarme y Von Jeseritz me pidió que aceptase la secretaría de la asociación campesina del pueblo, porque era importante que ese puesto fuese ocupado por un miembro del Bund. No creí que tuviese que rechazar la oferta, porque me aseguró que contaba conmigo para actuar políticamente con los jóvenes, con quienes mi calidad de antiguo suboficial de los Cuerpos Francos tendría más peso que cualquier discurso.

Llegó el verano, el barómetro por fin se fijó en un punto, el dique dejó de importunarme y pude dedicar más tiempo a mis nuevas tareas.



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