Aguas turbulentas by Ichiyō Higuchi

Aguas turbulentas by Ichiyō Higuchi

autor:Ichiyō Higuchi [Higuchi, Ichiyō]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1895-01-01T00:00:00+00:00


2

El viento soplaba con tristeza a través de las ramas de los grandes pinos. Las cosechas tardías de arroz se secaban en los campos de Negishi. El joven mendigo tenía los ojos fijos en la vivienda de una mujer llamada Mori Shizu. Inquietos por esa presencia sospechosa, los empleados cuchicheaban entre ellos y comprobaban los cerrojos de las puertas con una atención exagerada. Así transcurrió un mes sin el menor incidente. Aunque las ramas del caqui se extendían por encima de la valla del jardín, el muchacho no hurtó ni un solo fruto. Por mucho que de vez en cuando la dueña de la casa oyese hablar de su presencia en los alrededores, no le daba importancia. Un atardecer en que la lluvia fina incitaba a la melancolía, la mujer, sola y a la luz de la lámpara, se puso a tocar el koto[1]. El instrumento era su único compañero, y la melodía que interpretó era de una tristeza infinita. Al oír el sonido de la campana del bosque de Ueno, supo que era ya tarde y dejó el instrumento. En el silencio, oyó las gotas de lluvia que caían del alero y cómo el viento sacudía las copas de los árboles. A veces, también, percibía algún otro ruido.

Cerca del alero había un gran pino. ¿A quién debía de haber jurado fidelidad esa mujer para estar viviendo tan solitariamente en esa casa? Solo su instrumento hubiese podido responder a esta pregunta, pues solo a él le confiaba sus pensamientos desde hacía muchos años, aplicándose en interpretar las melodías más entrañables. En la delgadez y fragilidad de sus diecinueve años, tenía la gracia de una rama de sauce mecida por el viento. Sin embargo, cuando sacaba su caja de plectros y se disponía a tocar, ¿qué importaba este mundo hecho de polvo? Era como si la misma princesa de la montaña guiase sus manos sobre el instrumento, como si el viento mismo de los pinos hiciese vibrar las cuerdas. Serena, sonreía olvidando los sueños y la realidad, indiferente al viento, a la lluvia e incluso al trueno que resonaba.

Con las primeras heladas del décimo mes, una luna esplendorosa brillaba sobre el follaje de otoño. Su viva luz, particularmente afilada, era tan glacial como el rostro maquillado de una mujer envejecida. La luna iluminaba todo cuanto se hallaba a sus pies: las bellas viviendas, las construcciones elevadas, las casas de techo de paja, las casetas de los perros, los juncos blanqueados por la escarcha en el estanque, la vieja vivienda donde una mujer joven pasaba sus días ignorada por todos cual un río subterráneo, la cabaña aislada en la montaña y solo animada por el gluglú de un conducto de bambú, los arrozales, los espantapájaros, hasta el agua de las zanjas, pero también todos los lugares realzados por la belleza del astro, como Suma, Akashi y Matsushima[2]… Nada escapaba al resplandor de la luna. Su luz lo envolvía todo. Bajo esa luz, lo que era puro destellaba en toda su pureza, mientras que lo impuro permanecía en la confusión.



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