Peonías rosas para enamorar a la dulce Prudence by Ana F. Malory

Peonías rosas para enamorar a la dulce Prudence by Ana F. Malory

autor:Ana F. Malory [Malory, Ana F.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Romántico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-04-27T00:00:00+00:00


* * *

A la mañana siguiente, la presencia de Richard en la cocina generó un revuelo considerable entre las mujeres del servicio. Todas, desde la más joven a la de mayor edad, lo observaban con una sonrisa en los labios mientras él mismo cargaba en las mochilas los bocadillos, varios trozos de queso, un buen puñado de ciruelas y las cantimploras con agua fresca.

—¿No necesita nada más, señor? —le preguntó la cocinera.

—Nada, que yo sepa —respondió antes de asegurar las correas de las bolsas que Neil y él llevarían a la espalda.

Disponía de otra talega que bien podría haber preparado para Greengrass, pero daba por sentado que su rival —porque lo era— tendría suficiente con terminar el recorrido de una pieza. No le sorprendería lo más mínimo que después necesitara un día para recuperarse de la caminata. Eso lo mantendría alejado de Prudence.

Con un esbozo de sonrisa en los labios cogió los bultos y abandonó la cocina por la puerta de servicio. Fuera lo aguardaba uno de los mozos con la calesa que les llevaría hasta las inmediaciones de Bowland Fells. Colocó los bártulos en la parte trasera del vehículo, se acomodó en el pescante, junto a su empleado y se pusieron en marcha.

Recorrer la distancia entre ambas fincas les llevó apenas unos minutos. Al detenerse frente a la fachada de la mansión y sin tiempo para apearse, se abrió la puerta principal. No le sorprendió que fuera Prudence quien salía a recibirlo.

Con una sonrisa tan amplia como la de ella, se bajó del coche y salvó la distancia que los separaba.

—Buenos días, señorita Lockhart. Veo que está preparada para salir.

«Además de preciosa», pensó sin atreverse a decirlo en voz alta.

—Así es —respondió apurada por lo evidente que resultaba su impaciencia. O tal vez por la forma en que los oscuros ojos se clavaban en los de ella. Fuera como fuera, se había puesto nerviosa.

—Confío en que los demás no tarden en reunirse con nosotros o sentiré la tentación de marcharnos sin ellos.

El guiño con el que acompañó la broma le hizo burbujear la sangre. Tampoco descartó que la idea de irse solos, aunque imposible de llevar a cabo, fuera la causa de la repentina excitación, caviló Prudence.

—Ni lo sueñes. No os iréis sin mí después de haberme hecho madrugar.

—Buenos días también para ti, Violet —la saludó Richard, divertido por lo airado de su aparición—. Solo falta Neil.

—Y el señor Greengrass —se apresuró a señalar su vecina.

—Y el señor Greengrass —repitió él, pendiente de la reacción de la señorita Lockhart.

Que torciera el gesto, aunque de manera casi imperceptible, le hizo suponer que la joven hubiera preferido que su pretendiente no participara de la excursión. La posibilidad de que así fuera ensanchó su sonrisa.

—Buenos días —escucharon decir a Neil desde el interior de la casa. Los tres miraron hacia el recibidor—. Podemos irnos —les dijo al reunirse con ellos en la entrada.

—El señor Greengrass aún no ha llegado —le informó Talbot.

Su amigo cabeceó en dirección al camino principal y Richard supo, sin necesidad de girarse, que el forastero estaba allí.



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