Vida y destino by Vasili Grossman

Vida y destino by Vasili Grossman

autor:Vasili Grossman [Grossman, Vasili]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1959-01-01T05:00:00+00:00


26

A su regreso de la evacuación, los científicos se reunieron en una de las salas de la Academia de las Ciencias. Todos aquellos hombres, viejos y jóvenes, pálidos, calvos, de ojos grandes o pequeños y penetrantes, de frente alta o baja, al reunirse, percibían una de las formas más elevadas de poesía que existe, la poesía de la prosa.

Sábanas húmedas y páginas enmohecidas de libros abandonados durante demasiado tiempo en habitaciones sin caldear, clases impartidas con el abrigo puesto y el cuello subido, fórmulas escritas con los dedos rojos y congelados, ensalada moscovita hecha a base de patatas viscosas y algunas hojas de col rotas, los empujones por los cupones de comida, el pensamiento tedioso de las listas en las que había que inscribirse para obtener pescado salado, una ración suplementaria de aceite… Todo aquello de repente perdió importancia. Los conocidos, al encontrarse se profesaban ruidosas muestras de afecto.

Shtrum vio a Chepizhin en compañía del académico Shishakov.

—¡Dmitri Petróvich! ¡Dmitri Petróvich! —repitió Shtrum, mirando aquella cara que le era tan querida.

Chepizhin lo abrazó.

—¿Le escriben sus chicos desde el frente? —preguntó Shtrum.

—Sí, sí, están bien.

Y por la manera en que Chepizhin frunció el ceño, sin sonreír, Shtrum entendió que estaba al corriente de la muerte de Tolia.

—Víktor Pávlovich —dijo—. Transmita a su mujer mis más profundos respetos. Los míos y los de Nadiezhda Fiódorovna.

Y enseguida añadió:

—He leído su trabajo, es muy interesante, es un trabajo importante, mucho más de lo que pueda parecer a primera vista. ¿Comprende?, más interesante de lo que actualmente podamos imaginarnos.

Y besó a Shtrum en la frente.

—Pero qué dice; tonterías, tonterías —rebatió Shtrum, sintiéndose confuso y feliz al mismo tiempo.

Mientras se dirigía a la reunión, le asaltaban los pensamientos más variados: ¿quién habría leído su trabajo? ¿Qué habrían dicho de él? ¿Y si nadie lo había leído?

Añora, tras las palabras de Chepizhin, le invadió la certeza de que sólo se hablaría de él y de su descubrimiento.

Shishakov estaba allí al lado, y Shtrum tenía ganas de contarle a su amigo infinidad de cosas que no pueden decirse en presencia de un extraño, especialmente en presencia de Shishakov.

Cuando Shtrum miraba a Shishakov, a menudo le venía a la cabeza la graciosa definición de Gleb Uspenski: «Un búfalo piramidal».

La cara cuadrada y carnosa de Shishakov, su boca arrogante e igualmente carnosa, sus dedos rechonchos con las uñas pulidas, sus cabellos de erizo color gris plata, sus trajes siempre bien cortados: todo aquello apabullaba a Shtrum. Cada vez que se encontraba con él se descubría pensando: «¿Me reconocerá?». «¿Me saludará?». Y furioso consigo mismo, se alegraba cuando Shishakov pronunciaba despacio, con sus labios carnosos, palabras que tenían algo bovino, pulposo.

—¡Un toro altivo! —había dicho Shtrum a Sokolov una vez, refiriéndose a Shishakov—. Me hace sentir tan intimidado como un judío de shtetl en presencia de un coronel de caballería.

—Y pensar —proseguía Sokolov— que es conocido en todas partes por no haber reconocido un positrón en una fotografía. ¡Todos los estudiantes de doctorado están al corriente del error del académico Shishakov!

Sokolov muy



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