Viajes y experiencias by Michael Crichton

Viajes y experiencias by Michael Crichton

autor:Michael Crichton [Crichton, Michael]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1987-12-31T16:00:00+00:00


BALTISTÁN

La caminata por el Baltistán sucedió a una ruta montañera hacia el pico Masherbrum, de 7821 m, una cresta para alpinistas que se alza en Pakistán, en un rincón remoto de la cadena Karakorum.

Mi ignorancia respecto al Karakorum era casi total. En el mapa forma parte de una vasta y rugosa cordillera que se extiende entre Afganistán y Birmania, y que dibuja una cuña allí donde el extremo septentrional del continente indio se adentra en la CEI. Era la cadena que yo siempre había llamado Himalaya. Pero luego averigüé que el nombre de Himalaya tan sólo designa a la sección oriental de estos montes. Al oeste se denominan Karakorum, y aún más hacia poniente son el Hindu Kush.

También creía que el Himalaya era la cordillera más alta del mundo, pero no es así. El Himalaya ostenta el Everest, que es la cumbre individual más elevada, mientras que el Karakorum configura en su conjunto la cadena de mayor altura, con la segunda cima mundial, el K-2, junto otros tres «ocho miles». Globalmente, diez de las treinta primeras cotas del planeta se inscriben en la pequeña cadena Karakorum, que en longitud abarca poco más de trescientos kilómetros, una décima parte de la extensión total del Himalaya.

Finalmente, yo imaginaba que el Karakorum sería verdeante y forestal, como las montañas Rocosas americanas. No comprendí que las máximas cumbres del bloque asiático se yerguen tres kilómetros por encima de las Rocosas, y que son esencialmente picos desérticos, empinados sobre un árido altiplano y poseedores de esa indiscutible grandeza que tiene el paisaje yermo, azotado por los vientos, pero picos desolados al fin y al cabo.

Todo este panorama pude divisarlo desde el avión de la PIA cuando volaba de Rawalpindi, la capital, a Skardu, una localidad norteña. Aquellos picachos aserrados y escabrosos no tenían equivalente en el Nuevo Mundo; dejaban a las Rocosas americanas como unas colinas reviejas, gastadas, mientras que el Nanga Parbat y otras montañas mayores eran decididamente apabullantes.

Tras aterrizar en el aeropuerto de Skardu, nos asomamos a un escenario propio también de un desierto: hacía un calor asfixiante, con ondas de convección que vibraban sobre el asfalto y desvirtuaban las cumbres desnudas y abruptas de la cuenca donde estábamos. Skardu era nuestro centro de operaciones para la excursión. Adquirimos los últimos abastos en el bazar y conocimos a nuestro enlace militar, un apuesto comandante de veintiocho años perteneciente a la etnia de los pathanes y llamado Shan Affridi. En Pakistán, todo grupo turístico debía ir acompañado por un mando del ejército.

Al día siguiente hicimos todo el recorrido en jeep, bordeando el río Indo por una carretera ganada a los riscos, y acampamos en Khapulu, una villa de cuatrocientas casas, que es como se miden las poblaciones en ese rincón del mundo. Nuestro jefe de expedición, Dick Irving, contrató a los porteadores para la inminente caminata. Fueron negociaciones complejas y se prolongaron hasta la anochecida, y aún las complicó más el hecho de que no tuviéramos buenos mapas de la zona que íbamos a visitar.



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