Uno by Richard Bach

Uno by Richard Bach

autor:Richard Bach [Bach, Richard]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Filosófico
editor: ePubLibre
publicado: 1988-01-01T00:00:00+00:00


13

Ya en el aire otra vez, parloteamos, entusiasmados, sobre Linda, Krys y su tiempo: una grandiosa alternativa a la guerra constante y los incesantes preparativos para la guerra que encerraban nuestro propio mundo en su Edad de las Tinieblas de alta tecnología.

—¡Esperanza! —dije.

—¡Qué contraste! —exclamó Leslie – ¡Así una se da cuenta de cuánto estamos derrochando en miedos, sospechas y guerra!

—¿Cuántos mundos habrá tan creativos como ése? —me pregunté—. ¿Habrá más como el de ellos o más como el nuestro?

—Tal vez todos aquí sean creativos. ¡Aterricemos!

El sol, arriba, era una esfera de suave fuego cobrizo en un cielo violáceo. Su tamaño duplicaba el del sol que conocíamos, pero no era tan refulgente; estaba más cerca, pero no por eso calentaba más; bañaba la escena en dulce oro. El aire olía levemente a vainilla.

Estábamos de pie en una colina, donde el bosque se encontraba con la pradera; a nuestro alrededor brillaba una galaxia espiralada de diminutas flores de plata. Allá abajo, por un lado, se extendía un océano casi tan oscuro como el cielo; un río de diamantes reverberaba hacia él. Por el otro lado, hasta donde alcanzaba nuestra vista, una amplia llanura se estiraba hasta horizontes de prístinas colinas y valles. Desierto y sereno, el Edén revisitado.

A primera vista habría jurado que estábamos en una tierra intocada por la civilización. ¿Acaso la gente se había convertido en flores?

—Esto es… parece Viaje a las estrellas —dijo Leslie.

Cielo alienígeno, encantadora tierra alienígena.

—Ni un alma —comenté—. ¿Qué estamos haciendo en un planeta silvestre?

—No puede ser tan silvestre. En alguna parte debemos estar nosotros.

La segunda mirada nos indicó observar mejor. Bajo el distante paisaje se veía un tablero de ajedrez muy difuso: sutiles líneas oscuras, como manzanas de ciudad; anchas líneas rectas, ángulos, como si en otros tiempos hubiera habido allí autopistas para el tránsito, ya desde hacía mucho convertidas en aire por la herrumbre.

Mi intuición rara vez falla.

—Ya sé qué ocurrió. ¡Hemos encontrado a Los Ángeles, pero llegamos mil años tarde! ¿Ves? Allí estaba Santa Mónica; allá, Beverly Hills. ¡La civilización ha desaparecido!

—Tal vez —reconoció ella—. Pero en Los Ángeles nunca hubo un cielo como éste, ¿verdad? Ni dos lunas —señaló.

Allá a la distancia, por sobre las montañas, flotaban una luna roja y otra amarilla, cada una más pequeña de lo que hubiera sido nuestra luna terrestre, una por encima de la otra.

—Hum —murmuré, convencido—. No es Los Ángeles. Viaje a las Estrellas.

Un movimiento en los bosques, por el lado opuesto.

—¡Mira!

El leopardo vino hacia nosotros desde los árboles; su piel tenía el color del bronce crepuscular, marcado con audaces copos de nieve. Pensé «leopardo» por sus manchas, aunque la bestia tenía el tamaño de un tigre. Se movía con un paso extraño, entrecortado, forcejeando para trepar la colina. Cuando se acercó lo oímos jadear.

No hay posibilidad de que pueda vernos ni atacarnos, me dije. No aparece hambriento, aunque en el caso de los tigres nunca se sabe.

—¡Está herido, Richie!

Ese paso extraño no se debía a que se tratara de un animal alienígena, sino a que alguna fuerza espantosa lo había aplastado.



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