Una reina sin medidas by Paula Arcila

Una reina sin medidas by Paula Arcila

autor:Paula Arcila [Paula Arcila]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Biografías, Autobiografías
editor: La Pereza Ediciones
publicado: 2017-02-05T23:00:00+00:00


Llevaba un par de años trabajando en Radio Caracol y ese lunes Manuel y yo llegamos a la oficina unos minutos antes de lo habitual, porque los jefes querían reunirse con nosotros antes de salir al aire. El primero en entrar a hablar con ellos fue Manuel, no se tardó mucho y eso me dio cierta tranquilidad, hasta que vi su cara totalmente desencajada. Pasó por el lado mío y me dijo: “te están esperando, no vayas a llorar”.

Cuando entré no dijeron mucho, únicamente que ya no había presupuesto y que tenían

que prescindir de nosotros dos. Que hasta luego y muchas gracias por todo. Después de varios años en el lugar número uno en ratings y en ventas salimos de la radio despedidos a la una de la tarde y a las cuatro arrancó el programa De regreso a casa con Caracol, como si nada hubiera pasado. No se dieron explicaciones al aire, como es lógico en esos casos, y aún no existían las redes sociales, así que se salvaron de que los oyentes les hicieran reclamos y bullying.

Ellos tenían bien montada su estrategia para que el programa no se viniera abajo y lo lograron. Habían hablado previamente con el resto del grupo. A uno de ellos, que había ingresado a la empresa recomendado por nosotros para que apoyara la producción con

sus libretos de humor, le mejoraron las condiciones económicas para que estuviera tranquilo, le aseguraron que todo iba a marchar bien, y así fue.

Tomamos acción lo antes posible aprovechando que nuestros nombres estaban

calientes y muy pegados entre la audiencia y en menos de dos días armamos lo que sería la competencia para De regreso a casa. A la primera persona que llamamos fue a nuestro libretista estrella para pedirle que se viniera con nosotros, pero él rechazó la oferta inmediatamente.

Tenía dos hijos pequeños y estaba recién llegado de Nueva York. La empresa le había

ofrecido más dinero y la estabilidad que a nosotros nos faltaba. Estábamos muy susceptibles y lo único que pensamos fue que ese amigo nos estaba traicionando. Tardó mucho tiempo para que se nos pasara la resaca emocional y entendiéramos que había

tomado la decisión correcta, y que lo más sensato por la seguridad económica de su familia era quedarse allá donde estaba.

Nuestros teléfonos no paraban de sonar. Recibimos todo tipo de llamadas. Hubo quienes querían solidarizarse con nosotros y ofrecerse para lo que necesitáramos, y no faltaron los que simplemente llamaban para enterarse bien del chisme, así como otros que ni lo uno ni lo otro, que no han aparecido más hasta el sol de hoy, afortunadamente.

Meses antes del despido, a Manuel y a mí nos habían ofrecido ser los padrinos del hijo recién nacido de uno de esos compañeros de trabajo que siempre mostraba mucha simpatía por nosotros, lo que tuve que rechazar delicadamente sin el ánimo de ofender con el argumento de que no tenía hasta ese momento ningún ahijado (sigo sin tenerlo), y que la primera vez que fuera a ser madrina quería serlo con el hijo de algún familiar o amigo más cercano.

Lo tomó muy bien, entendió mi posición, nos invitó al bautizo, comimos, bebimos, nos emborrachamos y a pesar de nuestra negativa de ser los padrinos de su hijo, empezó a decirnos cariñosamente “compadres”.

Recuerdo que salía de la radio recién botada con mi cajita llena de chécheres y en el lobby me lo topé. Nos despedimos y le pedimos que nos llamara luego para conversar sobre lo sucedido, “claro que sí, compadres” nos dijo. Aún estoy esperando la llamada.

Es que esa vaina de los despidos es casi como un luto, uno no sabe ni qué decir. Es tan incómodo hablar con alguien que acaba de perder su trabajo y más aún si es un compañero que se está yendo y uno sigue en la empresa…

Y así viví la salida de ahí, como un luto. Los primeros años no podía escuchar la estación. Me dolía el alma escuchar ese programa con el nuevo elenco. Me daba un dolorcito de estómago, así como cuando uno termina con un novio al que todavía ama y lo ve en la calle dándose un beso con la nueva novia, pues así. Y es que mientras más lo pensaba no lograba entender qué había hecho para que me despidieran. Por mucho

tiempo quise saber la razón verdadera por la que salimos. Incluso un día me encontré con uno de los jefes de aquella época y le pregunté, pero no me dio razón alguna. Creo que aún era muy pronto para decírmelo y la confidencialidad aquella que se firma en

los contratos había que respetarla.

Si alguno de los que está leyendo este libro tuvo algo que ver en ese despido o conoce los verdaderos motivos de nuestra salida, por favor, repórtese al área de servicio al cliente, pero le advierto, no quiero chismes, solamente la verdad.

Cuando las empresas toman una decisión de esas no hay santo que lo salve a uno. Yo

me sentía segura por varias cosas. Primero, porque éramos el programa más exitoso en ratings y ventas de la estación. Segundo, porque me consideraba buena empleada, cumplidora de mis responsabilidades, talentosa y, como si fuera poco, tenía una relación de tipo etílico con los jefes.

Dos veces a la semana como mínimo después del trabajo terminábamos un pequeño y

exclusivo grupo de compañeros con los jefes en un restaurante que quedaba al frente de la radio y pasábamos horas hablando, planeando sobre el futuro, escuchando sugerencias, pero especialmente muchos halagos acerca de mi desempeño, así que me

tragué el cuento completico de que estaba a salvo. Otro error de juventud.

Esa experiencia me hizo despertar y darme cuenta de que nadie es indispensable en ningún trabajo. Que todos tenemos reemplazo y que por muy amigos que nos creamos

de los jefes, el día que nos tienen que despedir lo hacen, porque seguramente ellos también están cumpliendo órdenes.

Aprendí además que cuando se ama algo o a alguien, hay que valorarlo y no maltratarlo, que nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido, que la arrogancia y la prepotencia no son buenas consejeras, que mientras más alto subas hay que actuar con más humildad para que no sea muy doloroso el golpe a la hora de la bajada. Cuando

uno se queda en la calle hace falta un buen colchón que ayude a amortiguar el porrazo.

Y digo todo esto porque ese show de radio fue mi primer amor. Me gustaba, lo disfrutaba, con mis compañeros de equipo teníamos una química increíble y eso al aire la gente lo notaba. Además, estaba iniciando un ascenso que me producía una gran ilusión, comenzaba a tener un acercamiento con el humor. Fue allí cuando empecé a escribir y a hacer personajes y eso me tenía viviendo una luna de miel con mi carrera en la radio.

Después de eso hubo muchas puertas cerradas. Otras se abrieron, pero no de la manera que nosotros deseábamos, y es que hubo que volver atrás y comenzar de cero. Nos fuimos a la 1360 AM, en aquella época Radio Uno, a comprar tiempo. Esto quiere decir que había que pagarle a los dueños de la estación cierta cantidad de dinero al mes, y así ellos te alquilaban tiempo al aire. En nuestro caso eran tres horas diarias -de tres a seis de la tarde-. El programa se llamó Por fin en casa. La idea era comenzar una hora antes para hacerle competencia directa a nuestros antiguos empleadores y compañeros de Radio Caracol. ¡Qué días aquellos memorables! Armamos un grupo realmente bueno. Fue tal la bulla y los radios que hicimos cambiar de dial, que nuestros antiguos jefes nos enviaron una carta firmada por sus abogados, prácticamente amenazándonos con demandarnos por plagio. Según ellos, “estábamos copiando” el concepto de De regreso a casa. Nos asustamos, levantamos carpa y nos fuimos de ahí para otra estación de radio, y le cambiamos el nombre al show. Por supuesto, ese fue el comienzo del fin, pues no hay nada que conduzca más un show al fracaso, ya sea de radio o de TV, que la falta de estabilidad.



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