Una pizca de maldad by Ah Yi

Una pizca de maldad by Ah Yi

autor:Ah Yi [Yi, Ah]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2012-01-20T05:00:00+00:00


La señora había sacado el tercero. Me acuerdo de que sobre el billete alguien había garabateado su nombre con lapicera: Li Jiyang. Un campesino seguramente. Ahora, el destino me ordenaba morir, y no había qué decir. No tenía intención de aferrarme a la vida. Me dirigí a un bosquecito de pinos, aprovechando que no había nadie a la vista. Saqué la cuerda de nylon del bolso; luego, como un carpintero, golpeé los árboles con mi mano y elegí uno. Traje dos piedras, una grande, una pequeña; la pequeña era para subirme a ella y dejarla caer. Luego hice un buen nudo con la cuerda y la colgué de una rama bastante sólida. Antes de soltarme, agarrando el nudo corredizo con ambas manos, miré por última vez el mundo: a lo lejos, en el río, se divisaban un montón de barquitos, pequeños como de puntos; más cerca, las cumbres se escalonaban, verde sobre verde, y en medio del océano de árboles corría una ruta zigzagueante; no sé si un ciervo o una pantera justo en ese momento saltaba sobre un arroyo. “Adiós”, dije. Y luego sentí como si quedara suspendido en el aire; mientras me sacudía sentía que mi cuello era estrangulado por una especie de serrucho manipulado por algo semejante a un jabalí. Quería sacármelo pero solo lograba que me apretara aún más. En poco tiempo, me quedé sin aire, los globos de los ojos solo podían girar hacia arriba, la lengua se escapaba por la boca. Así, en medio de esas sacudidas, de repente me encontré en el suelo. Rodé un buen rato de un lado a otro, hasta que la garganta se abrió un poco y el temblor de las piernas también aflojó. Escuché a alguien que decía, no muy lejos: “Mira su cara cómo está de morada”. Sentía además una erección pavorosa y la entrepierna del pantalón estaba mojada a causa del meo. Cuando me despabilé, descubrí que no había nadie ahí. Creía que alguien me había rescatado; pero no era eso. La rama simplemente no había aguantado el peso y se había quebrado de golpe. Sacudiéndome el polvo del cuerpo, fui hasta el embalse de la montaña y me lavé entero, y decidí que ya no iba a intentar matarme.

Al pie de la montaña había un pequeño pueblo que se llamaba Henggang. La noche en el albergue era barata, así que decidí quedarme ahí unos días. Cada mañana, tras desayunar, salía a ayudar a los campesinos del lugar a acarrear hasta la ruta las pifias, las nueces, las almendras, las avellanas y otros frutos secos. Luego iba al pool a matar el tiempo. En el medio, usé dos veces el teléfono de un pequeño mercadito cerca para llamar a mi compañero de escuela Li Yong. Le dije: “Te llamo solo para avisarte una cosa. Cada año, para este día, ofréndame alcohol; en la próxima vida seré otra vez tu hermano”. “Seguro, seguro”, respondió. Me lo imaginé del otro lado, asintiendo enfáticamente con la cabeza. La segunda vez que lo llamé, se puso a llorar.



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