Una mujer de suerte by Nora Roberts

Una mujer de suerte by Nora Roberts

autor:Nora Roberts [Roberts, Nora]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1998-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo 7

Darcy llevaba casi una semana en el Comanche y se sorprendió al darse cuenta de que todavía le quedaba una gran parte del hotel por explorar.

Había presenciado el increíble espectáculo ecuestre que se ofrecía en el auditorio dos veces al día, en el que unos caballos bellos y veloces montados por intrépidos jinetes vestidos con indumentaria comanche se unían para brindar una actuación espectacular.

Había paseado por los alrededores de la esplendida piscina e introducido los dedos en el pequeño estanque que, escondido tras unas palmeras, recibía el agua de una melodiosa cascada.

Se había dado el gusto de visitar el spa y al centro de tratamientos y había entrado en aproximadamente la mitad de las tiendas. Pero todavía le quedaba por pisar uno de los tres teatros y pasearse por los muchos salones de bailes y salas de conferencia, o encontrar una excusa para visitar el centro de negocios. Cuanto más tiempo pasaba como huésped en el Comanche, más grande le parecía el hotel.

Salió del ascensor y penetró en la azotea, un exuberante oasis lleno de palmeras y enredaderas. El sol de la mañana se reflejaba en las azules aguas de la piscina formando pequeños diamantes de luz en su superficie.

Había tumbonas y sillas con los colores del hotel, azul zafiro y verde esmeralda, tanto al sol como a la sombra. Sentado ante una mesa de cristal, bajo una sombrilla ladeada de rayas verdes y azules, estaba Daniel MacGregor.

Se puso de pie nada más verla, y Darcy volvió a maravillarse del poder que exudaba aquel hombre que había vivido casi un siglo, forjado un imperio, criado a un presidente y capitaneado una familia fascinante.

—Muchas gracias por acceder a verme, señor MacGregor.

Él le guiñó un ojo y apartó con galantería una silla para que se sentara.

—Una chica guapa me llama y me pide que la vea a solas. Estaría loco si dijera que no.

Un camarero apareció inmediatamente con una cafetera.

—¿Quieres desayunar, jovencita?

—No —sonrió débilmente—. Estoy demasiado nerviosa para comer.

—En ese caso, lo que necesitas es precisamente algo de comida. Tráigale a la chica huevos con beicon. Necesitas comer algo de carne —dijo dirigiéndose a Darcy—. Los huevos, que sean revueltos, y no se quede corto con los bocaditos de patata rallada. Yo tomaré lo mismo.

—Enseguida, señor MacGregor.

Ésa, pensó Darcy mientras el camarero desaparecía, era seguramente la respuesta que Daniel MacGregor obtenía invariablemente de todos aquéllos que giraban en torno a su órbita. Enseguida, señor MacGregor, dirían todos antes de apresurarse a cumplir sus órdenes.

—Ahora —continuó al tiempo que tomaba la taza—, vas a comer algo. Verás cómo te sientes mejor. Te han pasado muchas cosas en muy poco tiempo; cualquiera en tu situación se sentiría un poco inseguro. ¿Está mi nieto cuidando bien de ti?

—Sí, ha sido maravilloso. Todos ustedes han sido estupendos.

—Pero notas que el suelo te tambalea un poco bajo tus pies.

—Sí —soltó un suspiro de alivio al sentirse comprendida—. Es todo tan… extraño y emocionante al mismo tiempo. Me siento como si estuviera dentro de una novela, viviendo los primeros capítulos de una historia que no sé cómo va a acabar.



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