Un carmen en Granada by Ian Gibson

Un carmen en Granada by Ian Gibson

autor:Ian Gibson [Gibson, Ian]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2023-03-01T00:00:00+00:00


Bajo ese almendro florido,

todo cargado de flor

—recordé—, yo he maldecido

mi juventud sin amor.

Hoy, en mitad de la vida,

me he parado a meditar…

¡Juventud nunca vivida,

quién te volviera a soñar!

Un día, durante nuestro último trimestre, Julia y yo dábamos un paseo por el campo de críquet —donde yo disfrutaba como nunca de los partidos contra los equipos que había en Waterford y sus alrededores— cuando, de repente, se echó a llorar amargamente. ¿Qué le pasaba? Resultó, según me dijo entre sollozos, que hacía poco, al volver de una visita a Inglaterra, su madre había encontrado pelos de otra mujer en la cama matrimonial y estaba convencida de que su marido le era infiel. Hice lo que pude por consolarla. ¡Seguro que había un error! Muchos años después me contó que su padre tenía con el alcohol «un problema desastroso» y que, antes de que ella abandonara Newtown, el matrimonio se había venido abajo. No entiendo por qué no me lo dijo en su momento.

Conservo una fotografía de Fef Foster tomada por mí en nuestra última clase con él. Acababa de escribir en la pizarra, en irlandés, un improvisado mensaje de despedida. Decía más o menos: «Pasará mucho tiempo antes de que tengamos en Newtown a un grupo de alumnos como vosotros». Todos aplaudimos y hubo alguna lágrima. Me di cuenta, súbitamente, de que ya se terminó, de que la seguridad que daba pertenecer a una familia extensa —cada miembro conocido y con su papel asignado— ya se desmoronaba. De que a partir de entonces habría que afrontar a solas un mundo competitivo donde a cada uno le cabría luchar por sobrevivir y conseguir su parcela de autonomía.

Reflexionando sobre Newtown tantas décadas después, me llaman la atención no solo sus méritos sino sus deficiencias. No había debates, por ejemplo, en los cuales discutir sobre política u otros temas de importancia. No existía apenas conciencia de lo que pasaba políticamente en Irlanda ni en el exterior. No leíamos la prensa. Vivíamos como encerrados en nosotros mismos, en un limbo. El nivel intelectual no era más que mediano. Y faltaba un comité de profesores y representantes de los alumnos para hablar del funcionamiento de la escuela, sugerir mejoras, supresiones, revisiones, esbozar posibles críticas. Jamás se me ocurrió que teníamos el derecho de protestar formalmente contra lo que no nos pareciera bien. En todo ello los cuáqueros nos fallaron, pese a sus buenas intenciones.

Y un breve comentario final: yo nunca, ni una sola vez, ejercí mi derecho, como prefecto, a utilizar como castigo el zapatillazo. Uno de mis compañeros sí lo hizo en una ocasión, y recuerdo que Julia me expresó su profundo disgusto al enterarse. Sigo pensando que los cuáqueros traicionaban su ethos al permitir que en Newtown existiera cualquier conato de castigo corporal, por leve que fuera.



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