Torneo by Miguel Pardeza Pichardo

Torneo by Miguel Pardeza Pichardo

autor:Miguel Pardeza Pichardo
La lengua: spa
Format: epub
editor: Malpaso
publicado: 2016-06-03T00:00:00+00:00


Cuando reparaba en tales complejos, me despreciaba sin paliativos como si fuera el sujeto más miserable del planeta. Pero, si medirme con una chica más alta que yo me parecía bochornoso, admitir, por otro lado, la indefectibilidad de un hecho así insultaba mi inteligencia, por la que, dejando al margen su auténtica anchura (ahora sé que no era para tanto), sentía un respeto barnizado de soberbia. Recuerdo mi relación con una compañera del colegio. Tenía el pelo castaño, la mirada limpia, era más guapa que fea, vestía siempre de negro y estaba a un paso de ser gorda; algo que había sido de pequeña y que le dejó la manía de no abandonar un régimen de adelgazamiento antes de tener otro en sustitución preparado. Era la menor de tres hermanos. El mayor tocaba la batería en una banda llamada si no me engaño A Bad Dream (Una Pesadilla), muy en la línea del rock madrileño que popularizaron Los hombres G, a quienes se parecían o imitaban. Según ella, había gente que estaba convencida de que llegarían a ser iguales que el cuarteto de Liverpool. También ella lo creía. Yo, en cambio, discrepaba de ese optimismo en torno a un grupo al que vi ensayar alguna vez en unos locales de la avenida América y nunca me convencieron de que Jim Morrison o Jimi Hendrix estuvieran esperándolos impacientes en el parnaso del pop; pero sí era verdad que conseguían una música guitarrera, desenfadada, con un punto naíf que enloquecía a las muchas adolescentes que iban a escucharlos a Honky Tonk, un bareto que estaba por Luchana y que era lugar de encuentro de noctívagos y universitarios que querían dárselas de modernos. A cuenta del grupo de su hermano, L. y yo teníamos nuestros más y nuestros menos, nos enzarzábamos en discusiones que tenían una particularidad que nos distanciaba: mientras su entusiasmo estaba más que justificado por razón del parentesco, mis dudas y objeciones sólo querían incordiar o alimentar mi egolatría. La cosa nunca llegó a enfadarnos de verdad, salvo en una ocasión en que me dejó plantado bajo una lluvia torrencial en la plaza de Perú. Cuando nos cansábamos de poner ejemplos de grupos para encontrar paralelismos con que enaltecer o denigrar las canciones de A Bad Dream, nuestra conversación solía girar en torno a Juan Ramón Jiménez, poeta que era la única adoración lírica de L. y bajo cuya advocación editaría con otros ilusos soñadores el primer año de universidad, una revista de creación literaria con el nombre de El Otoño Gris. Aquella revista no dejaba de tener su aquél, aunque toda ella no era más que una sarta de versos descoyuntados, ripios y pamplinas adolescentes. El título del editorial de presentación estaba en portugués, acaso en honor de Fernando Pessoa, Presetançao, y se refería a los destinatarios como si éstos fueran vecinos de un pueblo convocados en la plaza del ayuntamiento para oír el pregón de las fiestas: 'Mozuelas y mozuelos'. La ridiculez de la llamada no era



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