Tormenta De Verano by Juan Garcia Hortelano

Tormenta De Verano by Juan Garcia Hortelano

autor:Juan Garcia Hortelano [Garcia Hortelano, Juan]
Format: epub
Tags: prose_contemporary
editor: www.papyrefb2.net


18

Abrí los ojos y vi luz en el cuarto de baño. Los grifos debían de estar totalmente abiertos. Me volví sobre el otro costado, tratando de continuar el sueño. En la persiana del ventanal, se estriaban los rayos del sol. Al rato, Dora rodeó mi cama, hacia el armario; se puso unos pantalones y una blusa amplia, de color naranja.

Me pesaban los párpados y tenía la piel húmeda de sudor. Retiré la sábana con un pie, abrazado a la almohada. Dora canturreaba en un murmullo. En el jardín alguien gritó, al tiempo que una motocicleta pasaba por la calle. Entreabrí los ojos. Dora, de pie, separaba dos hojas de la persiana. La moto se alejaba.

—Javier.

Acabó de descorrer las cortinas.

—Javier, Javier.

La mano de Dora movió mi hombro.

—¿Qué?

—Son las diez y media, Javier.

—¿Las diez y media ya? —me tendí sobre la espalda, los brazos atrás—. Buenos días.

—Don José María está enfermo.

—Vaya por Dios. Supongo que no tendrá nada grave.

—Avisaron por Rafael que estaba enfermo y que no podrá venir esta mañana.

—¿Qué tal día hace?

—Te advierto que a las doce hay que salir para el pueblo. Calor, mucho calor. Le diré a Rufi que te suba el desayuno.

—Y los periódicos.

Cuando Dora salió, me senté en la cama y encendí un cigarrillo. La habitación olía mal, a aire estancado. Regresé del cuarto de baño a la cama, con un acceso de tos. Luego, recordé a Elena.

—Señor...

Rufi llamaba. El cigarrillo era sólo ceniza; aplasté la punta y me tapé con la sábana.

—Adelante.

—Buenos días. ¿Ha descansado bien el señor?

—Bien. Gracias, Rufi. Abra esa ventana, por favor. Y deje levantada la persiana. Tiene usted buen aspecto esta mañana.

—He dormido como un lirón.

La bandeja quedó sujeta entre mi estómago y las piernas, que había doblado. Rufi me entregó los periódicos, antes de abrir el ventanal.

—¿Se divirtió anoche?

—Sí, señor. Don José María está enfermo y no va a venir.

—Ah, sí.

Rufi recogía las ropas de Dora, que había sobre los respaldos de las butacas, del sillón, por el suelo. Entró y salió varias veces del cuarto de baño. Cuando puso mis chinelas de cuero debajo de la cama, su frente rozó la sábana; dejé de leer. El pelo de Rufi tenía un brillo aceitoso. Al ponerse derecha, se encontraron nuestras miradas.

—¿Quiere algo? —sonrió.

—Gracias. Espero que no tenga hoy mucho trabajo.

Se volvió en el centro del vano del ventanal, con un fondo azul y verde del cielo y de las ramas de los árboles.

—¿Cómo?

—Quiero decir que hoy es domingo y debe de terminar pronto.

—Así lo intentaré, señor. Esta tarde voy a la aldea. Rafael nos lleva en la furgoneta. Las otras chicas quieren ir al camping, pero Rafael y yo preferimos la aldea. Como Rafael es el que conduce —Rufi rió— pues iremos por donde él quiera. Perdone, no le dejo leer.

—No se preocupe. Si espera un momento, puede bajarse la bandeja.



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