Todo es posible by Elizabeth Strout

Todo es posible by Elizabeth Strout

autor:Elizabeth Strout [Strout, Elizabeth]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2017-10-01T04:00:00+00:00


Hermana

Pete Barton sabía que su hermana Lucy iba de gira a Chicago para presentar su libro; la seguía por internet. Solo hacía unos meses que se había instalado una red inalámbrica wifi en casa, se había comprado un pequeño ordenador portátil, y lo que más le gustaba era mirar lo que Lucy hacía. Le admiraba que fuera quien era: había dejado esa casa minúscula, ese pueblecito, la pobreza que habían soportado —lo había dejado todo— y se había ido a vivir a Nueva York, y era, a sus ojos, famosa. Cuando la veía en su ordenador, dando charlas en auditorios que estaban atestados de gente, sentía una queda emoción. Su hermana…

Hacía diecisiete años que no la veía; no había regresado al pueblo desde que su padre murió, aunque había ido a Chicago montones de veces desde entonces: se lo había dicho ella. Pero lo llamaba casi todos los domingos por la noche, y cuando charlaban él se olvidaba de que era famosa y le hablaba sin más, y también la escuchaba; ahora tenía otro marido desde hacía varios años, y la oía hablar de él, y a veces le hablaba de sus hijas, pero ellas no le interesaban tanto —no sabía por qué—. Lucy parecía entenderlo, y solo hablaba brevemente de ellas.

Cuando su teléfono sonó el domingo por la noche —unas semanas después de que se hubiera enterado de que su hermana iría de gira a Chicago—, ella le dijo:

—Petie, voy a Chicago, y después alquilaré un coche el sábado e iré a verte a Amgash. —Pete se quedó estupefacto.

—¡Estupendo! —exclamó. Y en cuanto colgaron le entró miedo.

Tenía dos semanas.

En ese tiempo su miedo se acrecentó, y cuando habló con ella el domingo previo y le dijo: «Estoy muy contento de que vengas a verme», pensaba que ella tendría una excusa y diría que no iba a poder. En cambio, dijo: «Oh, yo también».

Así que se puso a limpiar la casa. Compró un producto de limpieza, lo vertió en un cubo de agua caliente y miró la espuma, y después se arrodilló y restregó bien el suelo; lo asombró la mugre que había. Restregó los mármoles de la cocina y también se quedó asombrado de lo sucios que estaban. Descolgó las cortinas que había delante de las persianas y las lavó en la vieja lavadora. En su cabeza, eran cortinas azul gris, pero resultó que eran color hueso. Las lavó por segunda vez, y fueron de un color hueso aún más vivo. Limpió las ventanas, y vio que también tenían chorretones por la parte de afuera, así que salió y las limpió desde ahí. Al sol de finales de agosto todavía se veían sucias cuando terminó. Pensó que podía dejar las persianas bajadas, que era lo que solía hacer.

Pero cuando cruzó la puerta —la única puerta de la casa, por la que se accedía directamente al pequeño salón con la cocina a la derecha— lo vio todo como ella lo vería, y pensó: «Se morirá, este sitio la deprimirá muchísimo». No sabía qué hacer, la verdad.



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