Todas las brujas muertas by Jorge Cienfuegos

Todas las brujas muertas by Jorge Cienfuegos

autor:Jorge Cienfuegos [Cienfuegos, Jorge]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Juvenile Nonfiction
editor: Crossbooks
publicado: 2023-11-21T23:00:00+00:00


28

Victoria

Victoria

—Tienes que comer algo, por favor.

La voz de Teagan suena lejana, como si en vez de estar arrodillada al lado de su cama existiera en un plano diferente al que ahora habita Victoria.

No quiere comer. No siente la necesidad de hacerlo. Sin embargo, sabe que eso es lo único que va a hacer que la vuelva a dejar en paz.

Agarra una rebanada de pan de molde de la bandeja y le da un mordisco. Es pan blanco, de una de las marcas baratas del supermercado, y ni siquiera al tostarlo ha desaparecido el excesivo sabor a azúcar y harina refinada. A la Victoria de antes, esto quizá le habría importado. La de ahora solo lucha por contener la arcada que le provoca su propia saliva cuando le humedece la garganta reseca al tragar. Con dos bocados grandes, exentos del decoro con el que come habitualmente, termina la tostada.

Aparta la bandeja con un ademán determinado, puede que incluso agresivo.

—Ahora, vete. No deberías estar a solas conmigo, soy peligrosa.

Teagan sonríe, cálida, como hace a veces cuando están en la cama sin ningún problema sobrenatural a la vista y ambas bajan las defensas. La bruja del fuego a menudo arde, a veces abrasa y, en raras ocasiones, solo da calor. Esta última es su versión favorita, y es la que tiene enfrente ahora mismo.

—Estás hablando como el chico hetero de una película romántica para adolescentes. —A modo de caricia, traza una línea ascendente con el dorso de los dedos por la mejilla de Victoria, le atrapa un mechón de pelo rebelde y se lo coloca detrás de la oreja—. Eres la persona menos peligrosa que he conocido en mi vida.

La parte de Victoria que está aterrorizada —es decir, casi toda ella— quiere agarrarse a esa calidez y no soltarla jamás.

Pero no puede ser.

Gruñendo, le aparta la mano y vuelve a tumbarse en la cama, dándole la espalda.

Teagan jamás será tan testaruda como ella. Después de unos minutos esperando en un silencio solo roto por respiraciones agitadas, al fin cede y la deja sola.

En el pasillo, Victoria la oye hablar con la licántropa que hace guardia en la puerta de su habitación.

—Tiene que comer más; lleva dos días sin probar bocado. Si se nos muere, estamos jodidos.

Teagan da una respuesta feroz, fiel a su estilo, y Victoria deja de prestar atención. El mundo a su alrededor suena amortiguado, y escuchar supone un esfuerzo que no siempre merece la pena. Si no estuviera en esas condiciones, podría oír todo lo que ocurre en el ruidoso edificio. La otra noche oyó mucho más de lo que le habría gustado en el piso de abajo.

Alguien tendría que advertir a la manada de que sus paredes no son tan gruesas como creen.

También habría que explicarles que, cuando una persona no está dominada por sus instintos primarios, puede pasar muchos días sin comer antes de sufrir consecuencia alguna.

Ojalá morir fuera tan sencillo como lo hace parecer la licántropa de guardia.

Dos días. Ese es el tiempo que lleva allí. Pensaba que era menos.



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