El fantasma de Canterville (y otras historias) by Oscar Wilde

El fantasma de Canterville (y otras historias) by Oscar Wilde

autor:Oscar Wilde [Wilde, Oscar]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Humor, Sátira
editor: ePubLibre
publicado: 1890-12-31T16:00:00+00:00


—¡Oh, llegará con tiempo suficiente, si se entrega mañana por la noche o el jueves por la mañana! —dijo lord Arthur cortésmente—. En cuanto al momento de la explosión, digamos que el viernes al mediodía exactamente. El deán siempre está en casa a esa hora.

—Viernes a mediodía —repitió Herr Winckelkopf, y tomó nota al efecto sobre un gran libro registro que había en un escritorio cerca de la chimenea.

—Y ahora le ruego me diga cuánto le debo —dijo lord Arthur levantándose de su asiento.

—Es tal menudencia, lord Arthur, que no vale la pena cobrarle nada. La dinamita viene a ser siete chelines y seis peniques, el reloj asciende a tres libras y diez peniques, y los portes son unos cinco chelines. En lo que a mí se refiere, es una satisfacción atender a cualquier amigo del conde Rouvaloff.

—Pero ¿y las molestias que se ha tomado, Herr Winc kelkopf?

—¡Oh, eso no es nada! Para mí es un placer. No trabajo por dinero. Vivo por completo para mi arte.

Lord Arthur dejó sobre la mesa las cuatro libras, dos chelines y seis peniques, agradeció al hombrecillo alemán su amabilidad y, tras conseguir rechazar una invitación para conocer a algunos anarquistas en una merienda que se iba a celebrar el sábado siguiente, salió de la casa y se fue al parque.

Pasó los dos siguientes días en un estado de gran excitación y el viernes a las doce se fue al Buckingham a la espera de noticias. Durante toda la tarde, el impasible portero estuvo distribuyendo telegramas de diversas partes del país, dando resultados de carreras de caballos, veredictos de demandas de divorcio, el parte meteorológico y otras cosas por el estilo, mientras la cinta del telégrafo desgranaba los tediosos detalles de una sesión que se había prolongado durante toda la noche en la Cámara de los Comunes, y de un ligero pánico en la Bolsa londinense. A las cuatro llegaron los diarios vespertinos, y lord Arthur se refugió en la biblioteca, con el Pall Mall, el St. James, el Globe y el Echo, con gran indignación del coronel Goodchild, que quería leer los reportajes sobre un discurso que había pronunciado esa misma mañana en la Mansion House[80], sobre el tema de las misiones sudafricanas y la conveniencia de nombrar obispos negros en cada provincia, y que por alguna razón desconocida se negaba a leer en el Evennig News[81]. Sin embargo, ninguno de estos diarios contenía la menor alusión a Chichester, con lo que lord Arthur supuso que el atentado había fracasado. Fue un terrible golpe para él, y durante algún tiempo anduvo bastante deprimido. Herr Winckelkopf, al que visitó al día siguiente, le dio una serie de prolijas explicaciones, y se ofreció a facilitarle otro reloj gratis, o una caja de bombas de nitroglicerina a precio de costo. Pero había perdido la fe en los explosivos, y el mismo Herr Winckelkopf reconoció que hoy día todo está tan adulterado, que hasta es difícil encontrar dinamita en buen estado. Pero el hombrecillo alemán, aunque admitía



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