La Reina del Aire y la Oscuridad by Cassandra Clare

La Reina del Aire y la Oscuridad by Cassandra Clare

autor:Cassandra Clare [Clare, Cassandra]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Fantástico, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2018-12-03T16:00:00+00:00


* * *

Encontraron las motocicletas en el garaje, como Raphael había dicho, y Divya abrió la puerta de metal para que las pudieran sacar empujando hasta la calle. La cerró rápidamente detrás de ellos, y sobre el chirrido y el ruido metálico de los engranajes, Julian miró hacia arriba y vio el cielo.

Su primer pensamiento fue que debía ponerse ante Emma, protegerla de algún modo del sol. El segundo fue un recuerdo fragmentario de una poesía que su tío le había enseñado: «La mañana llegó y se fue, y llegó de nuevo, y no trajo el día».

El sol era un ascua rojinegra que brillaba apagado contra un banco de cirros. Emitía una fea luz, una luz marrón rojiza, como si estuvieran viendo el mundo a través de agua tintada con sangre. El aire era espeso y dejaba un regusto a tierra y cobre.

Se hallaban en lo que Julian suponía que era West Broadway, y la calle estaba mucho menos concurrida que la noche anterior. De vez en cuando, alguna sombra se deslizaba entrando y saliendo en los espacios entre los edificios, y sorprendentemente, la tienda que ofrecía batidos de sangre estaba abierta. Algo estaba sentado detrás del mostrador, leyendo una revista vieja, pero no tenía la forma de un ser humano.

La basura revoloteaba por la calle casi vacía, empujada por el aire recalentado, un fenómeno que ocurría cuando el viento venía del desierto. Los lugareños lo llamaban «vientos del demonio» o «vientos asesinos». Quizá, en Thule, soplaran continuamente.

—¿Estás listo? —preguntó Diana, pasando una pierna por encima de la moto.

Julian nunca había conducido una motocicleta. Estaba dispuesto a intentarlo, pero Emma ya había subido delante. Se subió la cremallera de la chaqueta de cuero que había cogido del armario y lo llamó con el dedo.

—Mark me enseñó a ir en una de estas —le dijo—. ¿Recuerdas?

Julian lo recordaba. También recordaba lo celoso que había estado de Mark; Mark, que podía flirtear con Emma tranquilamente. Que podía besarla y abrazarla mientras que Julian tenía que tratarla como una bomba que podía estallar si la tocaba. Si se tocaban el uno al otro.

Pero no aquí, se recordó. Quizá fuera el infierno, pero aquí no eran parabatai. Se acomodó en el asiento detrás de Emma y le pasó los brazos por la cintura. Ella llevaba una pistola metida en el cinturón, igual que él.

Emma bajó la mano para rozarle con los dedos las manos entrelazadas sobre su cinturón. Él inclinó la cabeza y la besó en la nuca.

Emma se estremeció.

—Ya basta, gente —dijo Diana—. Vámonos.

Partió, y Emma puso en marcha su moto, apretando el embrague mientras presionaba el botón de encendido. El motor se aceleró con un fuerte rugido y salieron a toda prisa detrás de Diana por la calle desierta. Diana dirigió la moto hacia una colina; Emma se inclinó sobre el manillar y Julian hizo lo mismo.

—¡Agárrate! —gritó Emma contra el viento, y la moto se alzó del suelo, empinándose hacia arriba. El suelo se alejó de ellos y siguieron volando, con Diana a su lado.



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