Tocar el cielo by Haizea M. Zubieta

Tocar el cielo by Haizea M. Zubieta

autor:Haizea M. Zubieta [Zubieta, Haizea M.]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788418249198
publicado: 2020-09-04T00:00:00+00:00


15

No contestaba.

No cogía las llamadas.

No había ni una sola palabra, aunque apareciera «en línea» y leyera sus mensajes.

«Lili, mañana ya es martes —le escribía Noa— y se supone que tengo que ir a tu casa para lo de las clases y tal… ¿Sigue eso en pie? ¿Puedo ir a tu casa? Es que, además, necesito sangre…»

Nada.

«Lili, por favor, que tengo que saberlo —insistía Noa—. Mis padres están poniéndose pesados con si voy a ir yo, o me va a venir a buscar alguien, o van a tener que acercarme ellos a vuestra casa. Y me estoy poniendo nerviosa. Por lo menos dime si es que sí o que no.»

Nada.

Un suspiro de frustración se escapó de entre los dientes de Noa, tumbada en la cama, que veía apagarse la luz al fondo del pasillo tras la puerta abierta.

—Noa, hija, ¿te ha dicho algo ya? —dijo Maricarmen, asomándose a su cuarto; las pantuflas le rechinaban contra el suelo—. Mira, si no, puedo pedirle a tu tío que coja el coche de Antonio, y que él vaya mañana en metro a trabajar…

—No, no hace falta —dijo Noa, con una nota de pánico en la voz—. Seguro que contesta. Estará ocupada.

—Otra cosa que podemos hacer: yo tengo el teléfono de su madre, me lo dio en la cena. ¿Quieres que le pregunte a ver si ha pasado algo?

—¡No! Qué vergüenza… Van a pensar que soy una pesada.

—Pero, hija, si han quedado contigo en que te llevarían el martes, lo lógico es intentar cuadrar eso, ¿no crees? Venga, voy a llamar a Iulia, que era un amor de mujer. Pero… Mejor mañana, que ya son más de las diez.

Noa miró por la ventana; una luna gibosa se intuía entre las nubes.

—Llámales, anda —dijo Noa, y hundió la cabeza en la almohada—. O no les llames, haz lo que quieras. Pero déjame dormir, porfa, eso es todo lo que pido.

Maricarmen dejó la puerta entreabierta al marcharse; desde el salón le vino su voz, lejana y amable, de la que solo podía oír retazos.

—Sí… Sí… Claro, ya veo —decía, casi susurraba—. Entiendo, claro. No, por favor, no se preocupen; si he sido yo quien… Vale, de acuerdo. Entonces, ¿mañana a las seis? Perfecto. Gracias, de verdad. Muchas gracias. Y dígale que se mejore de mi parte, pobrecita.

Noa levantó un poco la cabeza de la cama al escuchar eso último. Alargó la mano y cogió el móvil de la mesilla de noche.

«Oye, Lili, ¿estás bien? —le escribió—. ¿Ha pasado algo más? ¿Estás a salvo?»

Nada.

No llegó ninguna notificación de respuesta en toda la noche, ni en toda la mañana siguiente, ni en clase por debajo del pupitre, ni en el coche de su padre, ni en la mesa del comedor, con el móvil apoyado en el regazo.

Lo único que llegó fue un mensaje, a las cinco de la tarde, que decía así:

«A las seis pasamos a buscarte a la puerta de tu casa, estate lista.»

Venía firmado por Constantin Drăgulescu.

—Ah, sí —dijo la madre de Noa—, me comentó Iulia ayer que Lili se había puesto un poco enferma.



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