Tierra de brumas by Cristina López Barrio

Tierra de brumas by Cristina López Barrio

autor:Cristina López Barrio [López Barrio, Cristina]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2015-01-01T05:00:00+00:00


Estimada Bruna:

Tras arduas gestiones he logrado posponer los compromisos de estudios que tenía adquiridos y finalmente me alegra comunicarle que podré recibirla dentro de un día a las siete de la tarde.

Le saluda,

JACINTO NOVOA

Tardó en leer la nota Bruna por lo menos una hora, y aunque tenía dudas sobre lo que significaban muchas palabras, estaba segura de que Jacinto la había citado cuando ella le pedía. Partió a casa saltando las piedras del arroyo, riendo a carcajadas mientras jugaba con el enjambre de abejas que la perseguía y le hacía cosquillas con el zumbido de oro. Ay, que no, madre, que ahora tengo prisa, y reía porque en el bosque la vida no se podía romper, la vida era vida y estaba para usarla a su antojo.

Para la cita con Jacinto en el pazo de Novoa, Bruna se puso el vestido de los domingos y por encima la chaqueta gruesa de lana para los fríos de marzo. Pero cuando lo vio a él con el cuello duro de la camisa blanca saliéndole como un alzacuellos de tristeza por la chaqueta de pata de gallo con botones de madera, pantalones a juego y zapatos de cordones, le vino al corazón que Jacinto vivía muy solo y se le aplacó el enfado que tenía por el tiempo que la había evitado. Estaba de pie el muchacho frente a una mesa de la biblioteca, abierto sobre ella el atlas de geografía con tapas verdes con el que jugaron la primera vez, y un taco de cuartillas y lápices esperando la lección. Bruna no decía nada y él tampoco. La garganta se le había cerrado al verla de cerca, que en esos últimos años eran los cristales de la ventana de su dormitorio o de la biblioteca los que le habían contado cuánto había crecido Bruna. Era más baja que él, pero esbelta, de huesos anchos y hermosos. Jacinto buscó instintivamente la clavícula de la infancia y ella se abrió la chaqueta para mostrarle el principio que se le veía por el escote del vestido. Sintió un cosquilleo en las yemas de los dedos y sonrió porque no era capaz de moverse. Bruna se le acercaba con andares de mujer, con una cadera que se había redondeado y unos pechos que le despuntaban como quesos frescos. Atrás había quedado el cabello suelto y desgreñado, ella lo llevaba recogido en la nuca con un moño redondo, y el ojo amarillo le pareció primero miel, luego sol sobre la calma del mar, el oscuro, una noche de pesadillas porque no estaba ella. Jacinto se preguntó cómo había seguido viviendo hasta ese momento. Se hizo a un lado con la lengua muda y le indicó con la mano la silla donde podía sentarse, se la apartó como a una dama en una reunión social. Ella tomó asiento y después él. Mira que ya estamos aquí otra vez, no había perdido Bruna la costumbre de hablar cuando estaba nerviosa, y que ya voy a la escuela, y él



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