Tiempo de matar by Lisa Gardner

Tiempo de matar by Lisa Gardner

autor:Lisa Gardner [Gardner, Lisa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2003-07-15T00:00:00+00:00


24

Virginia

15: 13

Temperatura: 36 grados

Tina soñó con fuego. Estaba atada a una estaca en medio de un montón de ramitas, sintiendo cómo las llamas le lamían las piernas mientras la multitud congregada aplaudía.

—Mi bebé —les gritaba—. ¡No hagáis daño a mi bebé!

Pero a nadie le importaba. Todos se reían. Las lenguas de fuego le calcinaron los dedos, empezando por las yemas y ascendiendo a gran velocidad hacia los codos. Pronto su cabello ardió en llamas que quemaron sus orejas y chamuscaron sus pestañas. El calor del fuego se intensificó y se abrió paso por su boca para abrasar sus pulmones. Sus globos oculares se derritieron, sintió como se deslizaban por su rostro y, entonces, el fuego se coló en las cuencas y devoró con ansia su carne, mientras su cerebro empezaba a hervir y su rostro se desollaba del cráneo…

Tina despertó asustada. Levantó la cabeza, que descansaba sobre la roca, y fue consciente de dos cosas a la vez: que tenía los ojos tan hinchados que era incapaz de abrirlos y la sensación de que le ardía la piel.

Los mosquitos todavía se enjambraban a su alrededor. Y también las moscas amarillas. Movió los brazos débilmente, en un intento de apartarlas. No le quedaba nada de sangre. Deberían dejarla en paz y buscar una presa fresca, en vez de contentarse con una joven exhausta que estaba al borde de la deshidratación. Pero eso a los bichos no parecía importarles. Además, estaba bañada en sudor de la cabeza a los pies y, al parecer, en el mundo de los insectos, eso la convertía en un manjar digno de dioses.

El calor era insoportable. Ahora el sol brillaba justo sobre su cabeza, abrasándole la piel abotagada por las picaduras y agrietándole los labios. Tenía la garganta seca e inflamada. La piel de sus brazos y piernas se contraía bajo el intenso resplandor del sol y tiraba incómodamente de sus articulaciones. Tenía la impresión de ser un pedazo de carne que había permanecido demasiado tiempo al sol. Literalmente, estaba siendo curada para convertirse en un trozo de cecina humana.

Tienes que moverte. Tienes que hacer algo.

Tina ya había oído aquella voz con anterioridad, en el fondo de su mente. Al principio le había dado esperanzas, pero ahora solo la llenaba de desesperación. No podía moverse, no podía hacer nada. No era más que forraje para los mosquitos y, si abandonaba su roca, también sería alimento para las serpientes. Estaba segura de ello. Antes de que las picaduras de los mosquitos hubieran sellado sus ojos, había reconocido aquel lugar lo mejor que había podido. Se encontraba en una especie de pozo de unos tres o cuatro metros de diámetro, cuya amplia boca bostezaba al menos a seis metros de altura. Tenía la roca. Tenía su bolso. Y tenía el galón de agua que le había dejado aquel hijo de puta, seguramente para burlarse de ella.

Eso era todo. Un pozo. Roca. Agua. Y por todo su alrededor, aquel barro de olor extraño que se filtraba bajo su anaquel de roca.



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