Tantas Cochinadas by Ignacio Sanz

Tantas Cochinadas by Ignacio Sanz

autor:Ignacio Sanz [Sanz, Ignacio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Entertainment
editor: DIGITALIA
publicado: 2009-10-26T00:00:00+00:00


La noche en blanco

Yo iba a lo mío, carretera adelante, deseando llegar a casa para meterme en la cama. No me gusta el trasnoche. Eso para los búhos y las lechuzas. En lo tocante al horario, prefiero las gallinas; además, los cerdos son muy exigentes. A ver quién aguanta hasta las tres o las cuatro con cuerpo de jota si luego te obliga el agua y el pienso, que ahí no valen desarreglos ni atrasos. Así que yo iba a lo mío, contento, si cabe, pensando en la Petra pensando que, a lo mejor, algún sábado de este verano que ya se nos echa encima me atrevo a decirle lo que tantas veces me he dicho a mí mismo, lo que tantas veces les cuento en alto a los cerdos cuando estoy en la gorrinera: “si te parece, Petra, podríamos dar el paso, ya me dirás qué hacemos a nuestra edad metidos en estos enredos.” Lo he pensado a menudo, pero luego, cuando estoy con ella, no me decido, me falta valor.

Yo iba dándole vueltas a estas cosas, en plan tranquilo, sin salirme de mi carril, como siempre, cuando, de pronto, atisbo una luz extraña. Pero, ¡la ostren!, me digo, a ver si va a ser un ovni de esos que dicen por la radio, porque la luz estaba en medio de las tierras y aunque por la zona abunda el regadío, a esa hora aquello no era un tractor, no podía ser un tractor. La luz estaba en medio de las tierras, a treinta o cuarenta metros de la cuneta. Y, la verdad, al principio, yo no tenía intención de parar. A mí qué me importa, me dije. Mira que si es un platillo volante; tú a lo tuyo, Julián, que antes de seis horas vas a estar aculado en la gorrinera llenando la andorga a esos hambrientos refunfuñones. Eso fue lo que me dije; sólo cuando pasé la curva del arroyo pensé que la luz podría ser de un coche que hubiera cogido la derecera. Los chicos van a lo loco como bueyes sedientos al pilón. Y bien podría ser. Así que di la vuelta, orillé un poco y me eché a andar por medio de una tierra barbechada. Hacía un relente frío. Me eché a andar temiendo algo, como si ya me diera a mí en el olfato la chamusquina. Ya podría venir ahora un coche y parar al lado del mío para ver qué es lo que ocurre como estoy haciendo yo. Eso pensé en aquel momento. Pero no se veía a nadie, quiero decir que la carretera estaba despejada. Ni una sola luz. Tan sólo la media luna colgada del cielo, alguna estrella y la luz del coche porque aquello tendría que ser un coche tal y como relucía. ¿Quién vive?, se me ocurrió cuando me fui aproximando, como si entrara en una casa con la puerta abierta. ¿Quién vive? Pero no contestó nadie: así que me fui acercando sobre un reguero de cristales rotos y papeles esparcidos.



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