Stalin by Robert Service

Stalin by Robert Service

autor:Robert Service [Service, Robert]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2003-12-31T16:00:00+00:00


Esta observación no parece referirse exclusivamente a los rusos[32]; probablemente Stalin tenía en mente a todas las masas del antiguo Imperio ruso cuando lo dijo. De cualquier modo, había revelado algo importante acerca de su modo de entender el gobierno de la URSS. A los ojos de Stalin, la Revolución de octubre todavía no había transformado la mentalidad de la mayoría de los ciudadanos soviéticos. Necesitaban que alguien los gobernara, al menos en cierta medida, de manera tradicional. Y esto quería decir que necesitaban un «zar».

Stalin era un avido lector de libros sobre Ivan el Terrible y Pedro el Grande. Admiraba sus poderosos métodos y aprobaba la brutalidad en aras de los intereses del Estado. Era evidente que algunos zares eran mejores modelos que otros. Incluso Ivan el Terrible no llegaba a ser su preferido. Para Stalin, Ivan era demasiado asistemático en la represión de sus enemigos. Sin embargo, en términos generales adoptó ciertas técnicas de gobierno de los zares. La mayoría de los gobernantes Románov conservaban un aura de misterio. Una exhibición excesiva ante el pueblo habría desacreditado la dignidad y autoridad del trono imperial. Stalin se sumó a esta tradición. Tal vez lo hizo porque sabía que no parecía enteramente ruso. De hecho, algunos emperadores Románov tuvieron el mismo problema: Catalina la Grande era una princesa alemana de las casas de Anhalt y Holstein. En el caso de Stalin, la dificultad era mayor por el hecho de que él, un georgiano que gobernaba Rusia, estaba rodeado de muchos que tampoco eran rusos. Ademas, Stalin había modificado su estilo político. Su despacho ya no estaba abierto para que cualquier militante del partido pudiera acudir a consultarlo. No se hacía fotografiar con las delegaciones provinciales en los congresos del partido; no sometía a discusión sus ideas en eventos públicos.

Sólo persistieron unos pocos rastros de su «don de gentes». A pesar de su enorme volumen de trabajo, Stalin todavía encontraba tiempo para escribir notas personales a gente que le escribía acerca de todo tipo de pequeñas cuestiones. Cuando la campesina Fekla Kórshunova, de setenta años, le envió una carta pidiendo permiso para presentarse ante él con una de sus cuatro vacas, le contestó[33]:

Gracias, madrecita [matushka] por su amable carta. No me hace falta una vaca porque no tengo una granja —soy un funcionario del estado [sluzhashchii] a tiempo completo, sirvo al pueblo lo mejor que puedo, y es raro que los funcionarios tengan una granja—. Mi consejo, madrecita, es que se quede con su vaca y que la conserve en recuerdo mío.



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