Sexualmente by Nuria Roca

Sexualmente by Nuria Roca

autor:Nuria Roca
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: GusiX, Erótico
publicado: 2007-01-01T05:00:00+00:00


29. La palabra

Me gusta hablar mientras lo hago, y sobre todo escuchar. Al principio, palabras suaves, y a medida que la cosa se pone más caliente ir subiendo el tono para acabar diciendo y escuchando guarrerías. Me gusta que mi chico me diga cuánto le gusta lo que está pasando y me pregunte si me gusta a mí. Que anticipe lo que va a hacer, que me pida algo y que me diga si le gusta cómo lo hago, que me cuente el placer que le da cualquier parte de mi cuerpo, que me diga lo mucho que le gusta mi cuerpo entero. Hablar bien en la cama es una virtud que los hombres no cultivan en exceso y a la que las mujeres no prestamos demasiada atención hasta que no llega el momento. Antes de mantener la primera relación con algún chico todas las expectativas que tengo con él son muy positivas. Cuando conozco a alguien que me gusta y si decido irme a la cama con él imagino que todo lo que va a pasar será bueno, que debajo de su ropa habrá un cuerpo fantástico; fantaseo con que el tamaño será suficiente, que me hará muchas cosas, que todas las hará bien y que yo le haré las mismas con igual destreza. Sin embargo, nunca imagino cómo hablará ese tipo en la cama. Y mira que imagino cosas. Me excita pensar en lo que va a pasar dentro de unas horas cuando decido que voy a irme a la cama con algún chico que me guste, aunque él no tenga nada claro que yo ya he tomado esa decisión. Puede estar el chaval hablando de lo mucho que le gusta el norte para veranear y yo puedo estar imaginando lo suavemente que besará mis pechos. Lo fantaseo todo menos si sabrá o no hablarme en la cama. Y luego pasa lo que pasa.

Tuve una relación de un par de meses con un chico que no hablaba absolutamente nada mientras lo hacíamos. Era una situación desesperante. Follamos unas diez veces y no le saqué ni una sola palabra. Llegó a obsesionarme que aquel chico dijera algo en la cama, aunque sólo fuera un «sí» a mi pregunta «¿te gusta?» cuando le estaba haciendo algo. Ni contestaba, ni preguntaba. Algún gemido, tampoco gran cosa, y ni una palabra. Con la intención de motivarle comencé a exagerarlo todo: sobreactuaba los movimientos, gritaba más de la cuenta, de mi boca salían obscenidades fuera de tono. En fin, que yo no era yo; era una mujer histérica porque ese chico expresara verbalmente su deseo o su placer. Una noche me desesperó tanto que le dejé mientras lo hacíamos. Yo estaba encima, y mirándole a los ojos le dije «se acabó». El siguió callado y yo seguí moviéndome. «¿No dices nada?», insistí. Silencio. Me agarró fuerte por las caderas, me empujó con mucha fuerza hacia abajo y noté muy adentro cómo terminaba nuestra última relación. Todavía dentro de mí, con todo su vigor



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