Joy by Joy Laurey

Joy by Joy Laurey

autor:Joy Laurey [Laurey, Joy]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 1981-04-23T05:00:00+00:00


La mala memoria es una doble vida. Se puede leer dos veces la misma novela, llorar con la misma película, volver a ver un paisaje, saludar a la misma persona, amar al mismo hombre con el corazón palpitante del que descubre lo desconocido. A los innumerables problemas provocados por la falta de atención, el olvido, la simple distracción, «Encantada de conocerla, señora» a una compañera de pensión, o «Hola Max, has engordado» a un transeúnte desconocido que confundimos con otro, sucede la exhumación de recuerdos inesperados, fielmente registrados y situados en alguna parte del cuerpo, siendo cada parcela de nuestra personalidad poseedora de su propia memoria. La nariz, por ejemplo, recuerda ciertos olores que al cerebro le cuesta reconocer. Las manos no tienen mucha memoria. Los ojos se acuerdan de todo. Mi corazón y mi sexo no se ponen nunca de acuerdo. Se enfrentan constantemente. Mi corazón no ha olvidado nada desde que empezó a latir, recuerda hasta el más mínimo detalle, las emociones más banales, el primer beso en el patio del instituto, el nacimiento de los celos, una ausencia, un regreso, mentiras. Mi sexo, en cambio, no recuerda con facilidad. Es amnésico, ingrato y distraído. Las sensaciones más intensas son olvidadas con tanta rapidez que en ocasiones parecen haber sido un sueño. Dualidad frustrante, corazón palpitante-sexo sensato, o corazón bloqueado y sexo sobresaltado, no tener nunca derecho a una tregua, estirada por abajo, agarrada por arriba, angustia, insomnio y en la almohada lágrimas de una pluma huérfana. La lista de los compañeros de cama se alarga, desesperación y confusión.

Viví mi noche americana como una turista curiosa y fascinada por el panorama. Bebí bourbon sin poder apartar los ojos del ramo de flores que me hacía sentirme culpable, mientras Gary me humedecía las orejas susurrando:

—I want to suck your ass.

No le había entendido, así que lo hizo, fui agredida por una lengua larga y puntiaguda que se introdujo en mí; yo miraba las flores ajadas por la vergüenza mientras unos dedos me zarandeaban. Permanecía dolorosamente inaccesible, seca, extraña. Me poseyó con violencia, tendría que haber amado, hubiera podido gozar, pero tenía otra cosa en la cabeza, no entendía qué hacía en los brazos de ese muchacho guapo y mecánico, que me inspiraba poco más que el olisbos nacarado que un día había visto en la vitrina de un museo. Estaba enloquecido, sentí lástima de él, era tan patético ver cómo se esforzaba en realizar serviciales sacudidas, cómo utilizaba los trucos más viejos del mundo para hacerme salir de mi indiferencia, cómo me ofrecía una arrogante erección, tendiéndome su verga como una flor, estrechando con los dedos el trémulo miembro color sangre hinchado por las venas nudosas enrolladas como serpientes. Dejé que mi mano se deslizara a lo largo del cuerpo aceitado, identificando a su paso los prominentes músculos, y atrapé la masa caliente y enmarañada situada bajo la tensa verga. Se irguió, el pobre, sorprendido por mi iniciativa, y se precipitó en mi interior con la intención de quebrarme la espalda.



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