Sangre y pertenencia by Michael Ignatieff

Sangre y pertenencia by Michael Ignatieff

autor:Michael Ignatieff
La lengua: eng
Format: epub
Tags: Política, Nacionalismo, Antigua Yugoslavia, Irlanda, Irlanda del Norte, Quebec, Ucrania, Alemania, Kurdistán
editor: Hombre del Tres
publicado: 2012-05-21T00:00:00+00:00


LOS TÁRTAROS

Crimea es el territorio más disputado de Ucrania. Si alguna vez los rusos y los ucranianos lucharan entre sí, podría ser aquí. Hay más rusos étnicos en la península que ucranianos; todos son estridentemente conscientes de que Crimea no fue cedida a Ucrania por los sucesores de Stalin hasta 1954. Hay aquí separatistas rusos, con un partido propio en el parlamento local en Simferopol, que quieren hacer una declaración unilateral de independencia de Ucrania y pretenden restaurar el estatuto de república independiente para Crimea, vigente hasta la Segunda Guerra Mundial. Pero, aunque los ucranianos estén en minoría, tienen un as en la manga, ya que toda la electricidad y el agua de Crimea viene de Ucrania. Una república separatista rusa aquí podría ser asfixiada nada más nacer.

Más difíciles de asfixiar son las aspiraciones de los habitantes más antiguos de la península, los tártaros de Crimea, un pueblo musulmán instalado en las colinas de Crimea desde hace mil años. En 1942, cuando los ejércitos alemanes avanzaban hacia el mar Negro, Stalin ordenó la deportación masiva de los tártaros de Crimea y los envió al Asia Central soviética. En los primeros años de Gorbachov, fueron el primer grupo étnico del viejo imperio en protagonizar una sentada en la Plaza Roja, reclamando justicia y repatriación. Ahora regresan por millares a las colinas en torno a Bachiseray, su capital ancestral.

Pushkin vino aquí en la década de 1820 y escribió un poema sobre las fuentes en el palacio de los kanes tártaros. En todas las habitaciones se oye el murmullo del agua. La guía soviética habla de Pushkin, claro, pero no hay ni media palabra sobre la deportación del pueblo.

En una colina desnuda a las afueras de Bachiseray, encontramos un pueblo tártaro, un conjunto apartado de casas de ladrillo gris a medio terminar, rodeado por materiales de construcción, en medio de un campo de remolacha abandonado. Al vernos, una mujer con un una bata azul pálido nos hizo gestos para que nos acercáramos, y cuando lo hicimos señaló con orgullo una chabola verde oscuro de tela asfáltica: nuestro hogar hasta que construimos esto, explica, pidiéndome que deje mis zapatos junto a la puerta.

Ahora una familia de siete vive en la planta baja de lo que será una casa de tres pisos, cuidadosamente encalada y con escayola por dentro, suelo de linóleo sobre el cemento y dos inmensos televisores dominando la mesa del comedor.

Esperaba encontrar una gente asiática, morena de pelo y de piel, pero la mayoría no tiene un parecido étnico identificable. Algunos de los hombres son de tez oscura, con barba cerrada y complexión fuerte, otros son de pelo claro y tez pálida, parecen típicamente rusos y hablan ruso fluido. Una mujer joven, sentada junto a la puerta, con una cara delgada y pálida, dice que nació en Asia Central. Apenas habla tártaro, pero sus padres lo eran, y ella también.

Todos hablan al mismo tiempo. Lo dejamos todo, casas, trabajos, jardines, en Asia Central para venir aquí. Y mira ahora. Una casa. Y unos tomates y algo de maíz plantado en la tierra marrón que sacamos de las obras cercanas.



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