Roma by Steven Saylor

Roma by Steven Saylor

autor:Steven Saylor [Saylor, Steven]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2008-01-01T05:00:00+00:00


VII

EL ARQUITECTO DE SU PROPIA FORTUNA

312-279 a.C

Y bien, joven, es tu día de la toga… ¡y hace un tiempo espléndido, por cierto! Cuéntame, ¿qué tal te ha ido hasta ahora la celebración?

Rodeado por majestuosos jardines en el centro de su majestuosa casa, luciendo su mejor toga para la ocasión, Quinto Fabio estaba sentado con los brazos cruzados, arrugando su pronunciada frente, regañando aparentemente a su invitado. Al joven Kaeso le habían advertido ya sobre la expresión severa de su eminente primo; el mayor general de Roma no era famoso por su sonrisa. Kaeso intentaba no sentirse intimidado. Incluso así, tuvo que toser para aclararse la garganta antes de responder.

—Pues bien, primo Quinto, me he levantado muy temprano. Mi padre me ha obsequiado con una herencia de la familia, un fascinum dorado colgado de una cadena de oro que se ha quitado de su propio cuello para colocarlo en el mío. Hay una historia relacionada con él; la famosa vestal Pinaria se lo regaló a mi abuelo hace mucho tiempo. Después, mi padre me ha regalado la toga, y me ha ayudado a ponérmela. ¡Nunca imaginé que sería tan complicado conseguir que los pliegues cuelguen correctamente! Dimos un largo paseo por el Foro, donde me ha presentado a sus amigos y colegas. Me han dado permiso para subir a la tribuna del orador, para ver cómo se ve el Foro desde la perspectiva de los Rostra.

—Naturalmente, cuando yo era niño —dijo Quinto, interrumpiéndolo—, la tribuna del orador no se conocía aún como los Rostra, porque todavía no había sido decorada con esos mascarones de naves. ¿Sabes cuándo fue eso?

Kaeso volvió a toser antes de hablar.

—Creo que fue durante el consulado de Lucio Furio Camilo, el nieto del gran Camilo. Las armas romanas sometieron la ciudad costera de Antium y sus habitantes fueron obligados a retirar los mascarones de proa, los llamados «rostra», de sus barcos de guerra y a enviarlos a Roma como tributo. Los mascarones fueron entonces instalados como decoración en la tribuna del orador; de ahí el nombre de dicha tribuna, los Rostra.

Quinto frunció el entrecejo y movió afirmativamente la cabeza.

—Continúa.

—Después de subir a los Rostra, fuimos al Capitolio. Allí seguimos una tradición de la familia Dorso, recorrer el camino que siguió mi bisabuelo, Cayo Fabio Dorso, cuando caminó desde el Capitolio hasta el Quirinal desafiando a los galos. En el altar de Quirino, un augur hizo las predicciones. Vio volar un único halcón de izquierda a derecha. El augur dijo que era un presagio favorable.

Favorable,¡ por supuesto! El halcón cuidará de ti en la batalla. ¿Y qué se siente, jovencito, vestido con toga?

—Una sensación muy buena, primo Quinto. —De hecho, la prenda de lana era más pesada y calurosa de lo que Kaeso imaginaba.

Quinto asintió. Pensaba que la toga resultaba algo inapropiada para en el joven Kaeso, pues servía sólo para destacar su atractiva cara de niño, sus rizos rubios, sus mejillas sonrosadas y barbilampiñas, sus labios carnosos y sus brillantes ojos azules. En voz alta, Quinto se limitó a decir:

—Ahora eres un hombre, felicidades.



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