Rick Riordan [Heroes del Olimpo by La sangre del Olimpo]

Rick Riordan [Heroes del Olimpo by La sangre del Olimpo]

autor:La sangre del Olimpo]
La lengua: spa
Format: mobi
Tags: Aventura, Fantástico
editor: eBooks Xibalba
publicado: 2016-07-28T06:00:00+00:00


Jason creía que las cosas estarían más tranquilas bajo el agua.

No estaban tan tranquilas.

Claro que podía deberse a su forma de transporte. Desplazarse en un ciclón al fondo del mar sin duda ocasionó inesperadas turbulencias. Descendía y viraba bruscamente sin aparente lógica, con los oídos resonando y el estómago apretado contra las costillas.

Finalmente se detuvo al lado de Percy, quien estaba en una cornisa que sobresalía por encima de una sima más profunda.

—Eh —dijo Percy.

Jason podía oírle perfectamente, aunque no sabía cómo.

—¿Qué pasa?

Envuelto en la cáscara de aire que le proporcionaba el ventus, su voz sonaba como si estuviera hablando a través de un aspirador.

Percy señaló al vacío.

—Espera y verás.

Tres segundos más tarde, un rayo de luz verde hendió la oscuridad como un foco y acto seguido desapareció.

—Ahí abajo hay algo que está provocando la tormenta —dijo Percy. Se volvió y evaluó el tornado de Jason—. Bonito traje. ¿Puedes mantenerlo si bajamos a más profundidad?

—No tengo ni idea de cómo lo estoy haciendo —respondió Jason.

—Vale —dijo Percy—. Bueno, tú no te quedes inconsciente.

—Cierra el pico, Jackson.

Percy sonrió.

—Veamos lo que hay ahí abajo.

Descendieron a tanta profundidad que Jason no veía nada, salvo a Percy buceando a su lado a la tenue luz de las hojas de oro y bronce de sus armas.

De vez en cuando el foco verde subía disparado. Percy buceaba derecho hacia él. El ventus de Jason chasqueaba y rugía, haciendo esfuerzos por huir. El olor a ozono mareaba a Jason, pero mantuvo su coraza de aire intacta.

Finalmente, la oscuridad disminuyó debajo de ellos. Unas delicadas manchas luminosas blancas, como bancos de medusas, flotaban delante de las narices de Jason. A medida que se aproximaba al fondo del mar, se dio cuenta de que las manchas eran unos relucientes campos de algas que rodeaban las ruinas de un palacio. El sedimento se arremolinaba a través de los patios vacíos con suelo de orejas marinas. Columnas griegas cubiertas de percebes se perdían en la penumbra. En el centro del complejo se alzaba una ciudadela más grande que la estación de Grand Central, con los muros incrustados de perlas y un tejado dorado abovedado abierto como un huevo.

—¿La Atlántida? —preguntó Jason.

—Es un mito —dijo Percy.

—Ejem… ¿No nos dedicamos nosotros a los mitos?

—No, quiero decir que es un mito inventado. No un mito verdadero.

—Ya veo por qué Annabeth es el cerebro de la operación.

—Cierra el pico, Grace.

Cruzaron flotando la bóveda rota y descendieron a las sombras.

—Este sitio me suena —la voz de Percy se crispó—. Como si ya hubiera estado aquí…

El foco verde emitió un destello justo debajo de ellos y deslumbró a Jason.

El chico cayó como una piedra y aterrizó en el suelo de mármol liso. Cuando se le aclaró la vista, vio que no estaban solos.

Delante de ellos había una mujer de seis metros de altura ataviada con un vestido verde suelto, ceñido a la cintura con un cinto de conchas de oreja marina. Su piel era de un blanco luminoso como el de los campos de algas. El cabello se le mecía y brillaba como tentáculos de medusa.



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