Casa de tierra y sangre by Sarah J. Maas

Casa de tierra y sangre by Sarah J. Maas

autor:Sarah J. Maas [Maas, Sarah J.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2020-09-16T16:00:00+00:00


* * *

Bryce hizo una mueca de hartazgo hacia la puerta de la galería.

—La predicción del clima no decía que fuera a llover —frunció el ceño hacia el cielo—. Alguien debe estar haciendo una rabieta.

—Es ilegal interferir con el clima —dijo Hunt a su lado mientras escribía un mensaje en su teléfono.

Bryce notó que no había cambiado el nuevo nombre de contacto que ella se había puesto. Ni había borrado la foto absurda que ella agregó a su lista de contactos.

Ella imitó en silencio las palabras de él y luego dijo:

—No tengo un paraguas.

—No es un vuelo tan largo al laboratorio.

—Sería más fácil pedir un taxi.

—¿A esta hora? ¿En la lluvia? —Hunt mandó su mensaje y guardó el teléfono—. Te tomará una hora cruzar la avenida Central.

La lluvia caía en cortinas por toda la ciudad.

—Me podría electrocutar allá arriba.

A Hunt le brillaron los ojos y le ofreció una mano.

—Qué bueno que yo te puedo mantener a salvo.

Con todos esos relámpagos corriéndole por las venas, supuso que eso era verdad.

Bryce suspiró y frunció el ceño al ver su vestido, los tacones de gamuza negros que sin duda quedarían arruinados.

—No voy a volar con esta ropa inadecuada…

La palabra terminó en un grito cuando Hunt la levantó hacia el cielo.

Ella se aferró a él como un gato que bufaba.

—Tenemos que regresar antes de que cierren para recoger a Syrinx.

Hunt voló sobre las calles congestionadas y azotadas por la lluvia mientras abajo, tanto vanir como humanos, se metían por las puertas o bajo cualquier toldo para escapar del clima. Los únicos que estaban en la calle eran los que tenían paraguas o escudos mágicos. Bryce enterró la cara en el pecho de Hunt, como si eso la fuera a proteger de la lluvia, y de la terrible caída. Eso resultaba en tener toda la cara llena de su olor y la calidez de su cuerpo contra su mejilla.

—Más lento —le ordenó y le clavó los dedos en los hombros y el cuello.

—No seas llorona —le dijo él al oído, y la profundidad de su voz le recorrió cada uno de los huesos del cuerpo—. Mira a tu alrededor, Quinlan. Disfruta de la vista —dijo. Luego agregó—: A mí me gusta la ciudad bajo la lluvia.

Como ella mantuvo la cabeza escondida en su pecho, él le dio un apretón.

—Vamos —insistió entre los sonidos de bocinas de carros y los salpicones de neumáticos en charcos. Con una voz como casi un ronroneo, agregó—: Te compraré una malteada si lo haces.

Ella sentía que los dedos de los pies se le enroscaban al escuchar la voz grave y persuasiva.

—Sólo por helado —dijo ella entre dientes y se ganó una risa de Hunt.

Luego abrió un ojo. Se obligó a abrir el otro también. Tomada de sus hombros con tanta fuerza que casi le perforaba la piel, trabajando contra todos sus instintos que le indicaban a su cuerpo que se congelara, miró a través del agua que le golpeaba la cara hacia la ciudad que pasaba debajo de ellos.

En la



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