Retrato del libertino by Antonio Escohotado

Retrato del libertino by Antonio Escohotado

autor:Antonio Escohotado [Escohotado, Antonio]
La lengua: spa
Format: epub
editor: La Emboscadura
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


3.

Sugiero que mientras no aceptemos la naturaleza esencialmente psicosomática de las dolencias —o, cuando menos, de muchas dolencias— seguirán engañándose vanamente a sí mismas infinidad de personas, seguirán creciendo inmensas corporaciones como la terapéutica en su modalidad actual (guiada básicamente por un fraudulento lucro), y seguirá aumentando una aprensión cada vez más inconcreta y constante en cada individuo. A mi juicio, son tres inconvenientes no despreciables en absoluto. Pero quizá lo más atroz de omitir ese componente psicosomático sea que priva al ser humano de su parte en el proceso que padece. Anclada a la perspectiva vesalista, que concibe la enfermedad como acción de agentes externos sobre un cuerpo reducido a mecanismo, la generación de nuestros abuelos y bisabuelos fue diezmada sin misericordia por la tuberculosis o 'consunción', como se decía entonces, con un término que sugiere ser devorado. El devorador era un microorganismo —el bacilo de Koch—, que rarísima vez dejaba escapar a su presa.

Arrostrando feroces ataques de su gremio, Carl Gustav Jung propuso a mediados de los años treinta que una alta proporción de los tuberculosos eran enfermos psicosomáticos, aquejados de terror tanto como de infección, y desde 1950 —aunque el bacilo sigue existiendo en proporciones comparables (como corresponde a una bacteria que reside en el ganado bovino, tan extendido por toda la tierra)— sólo un porcentaje ínfimo de quienes dan positivo en tests de tuberculina sucumben. Se dirá que la causa del enorme cambio fue la estreptomicina, el antibiótico más antiguo después de la penicilina; pero esos bacilos llevan décadas siendo resistentes a la estreptomicina, y aunque se empleen nuevos antibióticos las condiciones materiales de vida (higiene, alimentación) parecen hoy decisivas. A fin de cuentas, es un hecho que la tuberculosis dejó de ser una enfermedad siempre mortal cuando en vez de concebirse como consunción debida tan sólo al microbio de Koch —mirando desde la óptica de Vesalio— se empezó a concebir como resultado de factores psicosomáticos y externos también. Esta segunda forma de verlo daba margen de acción al paciente, mientras la primera limitaba ese margen de acción al terapeuta.

Luego vino aquella curiosa teoría de los años cuarenta y cincuenta, desconocida para quienes no superan hoy la cincuentena, según la cual el cáncer no era sólo cierto quiste o atrofia con tendencia a crecer, sino una enfermedad contagiosa —concretamente, viral—, que liquidaba con la lógica de una peste. Lo recuerdo siendo niño y mozalbete, mientras mis padres y los otros mayores susurraban que a fulano o mengana le habían descubierto 'algo', y nadie osaba proferir siquiera su nombre. Para prevenir esa epidemia apareció por primera vez el retroviral AZT, invento de la entonces pequeña Wellcome, que se repartió generosamente —y diezmó a muchos. Durante un par de décadas, el cáncer fue la más destacada causa de muerte en países industrializados. Convenía ir al médico, desde luego, a analizarse y obtener el oportuno diagnóstico (cosa recibida normalmente por su familia), pero no había cura alguna. Si la persona tenía dinero, había probabilidades de que pasase sus últimas horas con un analgésico potente, como la mal vista morfina.



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