Responso by Juan José Saer

Responso by Juan José Saer

autor:Juan José Saer [Saer, Juan José]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Otros, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1964-01-01T05:00:00+00:00


EN VIAJE HACIA UNA CASA DE CAMPO

La blanca fachada de la casa de Concepción relumbraba como un fragmento más de claridad lunar, toda circundada por la fronda oscura de los árboles. El rectángulo de la ventana, una zona de luz cálida, contrastaba con su atmósfera amarillenta, plena y plácida, como un escenario vivo que el medio cuerpo borroso de Concepción, oscurecido por el contraste, atravesaba una y otra vez con sus movimientos distraídos y lentos. Desde el automóvil detenido en la calle de tierra bajo la fronda oscura, Barrios y Hermosura la contemplaban desde hacía por lo menos diez minutos. El cuadro que la ventana abierta exponía ante sus ojos poseía una carga de magia tan intensa que la atracción que ejercía sobre Barrios era casi dolorosa. No había hecho más que suspirar y emitir exclamaciones sin significado desde que llegaron. Hermosura aguardaba mansamente, la mano sobre el volante, que Barrios saliera del éxtasis de su contemplación; a cada silencio de Barrios le echaba una rápida mirada de reojo, para saber si ese silencio era el definitivo, pero por la expresión condolida de Barrios comprendía que faltaba todavía un poco más, y entonces volvía otra vez la cabeza curiosamente hacia la ventana. Si en ese momento la figura borrosa de Concepción atravesaba el marco rectangular, Hermosura se mostraba ligeramente interesado. Barrios jadeaba y suspiraba. Ni una sola brisa soplaba en esa clara noche de diciembre. «Ahí está, ahí está», decía Barrios cabeceando con vehemencia hacia la casa cada vez que su mujer hacía su aparición en la ventana, dándole suaves golpes en el brazo a su compañero. «Fíjate como se apoya en la ventana. ¿Nos habrá visto? No; seguro que no nos vio. Nos llamaría si nos viera. ¡No sabes las ganas que tengo de estar ahí adentro en este momento! ¡Y pensar que yo la abandoné! ¡Me rogaba que no la dejara! Al fondo hay un jardín, lleno de rosales, vos vieras. Ahí mira para este lado. Uy, que no nos vea. No. No quiero que nos vea. Capaz que nos llama si nos ve. ¿Cuántos años le das? Parece una piba, ¿no es cierto? El que no la conoce le da veinticinco años. Tiene un libro, fijáte. Le gusta mucho la lectura; siempre me leía en la cama, ¿vos sabes? Tiene una biblioteca grandísima, un capital en libros. ¿Qué te parece si me mudo a esta casa? ¿Qué te parece? ¿Eh, Hermo? ¿Qué me decís?». Hermosura emitió un corto y casi inaudible gruñido de aprobación. Después dijo:

—Son las diez y veinte. Quedé en pasar a buscar al hombre a las diez.

Barrios le echó una mirada resignada, resoplando. Con las primeras vibraciones del arranque un calor maloliente comenzó a ascender al interior del coche, desde el motor. Apenas el coche comenzó a marchar pesadamente en primera, Barrios asomó la cabeza por la ventanilla y siguió contemplando la casa de su mujer, la ventana iluminada por una luz cálida emergiendo tranquilizadora entre los paraísos negros de la vereda, la fachada



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