Respirando fuego by Karlos Zurutuza & David Meseguer

Respirando fuego by Karlos Zurutuza & David Meseguer

autor:Karlos Zurutuza & David Meseguer [Zurutuza, Karlos & Meseguer, David]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Viajes
editor: ePubLibre
publicado: 2019-01-03T16:00:00+00:00


CUARTA PARTE

ROJAVA (PONIENTE)

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MENOS QUE CERO

KARLOS ZURUTUZA

Bastó una conversación trivial entre aceitunas con pimentón y raki, ese anís turco tan popular en todo Oriente Medio. Romper el hielo con uno de los hombres más buscados en Siria fue cuestión de segundos, y eso si es que alguna vez hubo hielo. Durante aquel primer encuentro en Alepo, en una de las casas entre las que el fugitivo rotaba para evitar ser capturado, aquel kurdo afable y de gestos extremadamente pausados se presentó a sí mismo como «uno de entre muchos disidentes políticos más». Pero no era uno cualquiera. Corría la primavera de 2008, y ni él ni nadie podían imaginar que, apenas tres años más tarde, lideraría a los kurdos de Siria en uno de los momentos más relevantes de la historia de este pueblo. Se llamaba Salih Muslim.

Antes del «año 0», el terremoto que en 2011 sacudió eso que se da en llamar «mundo árabe», eran los turoperadores, y no los yihadistas, los que campaban a sus anchas en Palmira o la ciudad vieja de Alepo. Los que conocieron la Siria del turismo recordarán aquellas efigies y retratos de los Asad —la dinastía en el poder desde hace casi cinco décadas—, padre e hijo, alzándose en piedra, bronce o cartón en plazas, avenidas y azoteas; las mismas que escrutaban la ciudad con gesto adusto desde enormes carteles en la calle o los parabrisas de los taxis. En locales de kebab o zumos de fruta, en barberías o tiendas de ropa, los Asad estaban en todas partes. Parecía imposible esconderse, pero también que alguien tuviera la necesidad de hacerlo en un país que presumía de ser un oasis de paz en una de las zonas más convulsas del mundo. Pero ocurría. Muslim huía de la mujabarat, los servicios secretos, mientras su mujer permanecía presa y su hijo mayor luchaba con el maquis kurdo en las montañas. De hecho, aquella primera entrevista con el líder kurdo tuvo que publicarse sin foto: en el único retrato que le hice, se veía a su espalda el ascensor que usaba una de sus hijas, discapacitada por la polio, para subir a su habitación. Hasta el último cadete en incorporarse a la inteligencia del régimen habría sido capaz de localizar la casa de la familia Alush. Hoy ya no existe, y la usuaria de aquel ascensor es ciudadana sueca. Antes del «año 0», la de los kurdos de Siria era una realidad completamente desconocida para el resto del mundo: si un pueblo que ronda los cuarenta millones de individuos repartidos por el corazón de Oriente Medio apenas despertaba interés, ¿qué opciones tenían los miembros de aquella comunidad en un país donde apenas sumaban tres millones?

El mundo no solo se había olvidado de los kurdos, sino que incluso desconocía su existencia en Siria. Para Muslim, sin embargo, se trataba de una realidad de la que no podía escapar. A altas horas de la madrugada, el disidente recordaba las torturas sufridas en las cárceles de Al Asad.



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