Relatos de poder by Carlos Castaneda

Relatos de poder by Carlos Castaneda

autor:Carlos Castaneda [Castaneda, Carlos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Autoayuda, Ciencias sociales, Espiritualidad
editor: ePubLibre
publicado: 1974-01-01T05:00:00+00:00


LA HORA DEL NAGUAL

Subí corriendo una pendiente frente a la casa de don Genaro y vi a don Juan y don Genaro sentados en un espacio despejado junto a la puerta. Me sonrieron. Había en sus sonrisas tal calor e inocencia, que mi cuerpo experimentó un estado de alarma inmediata. Automáticamente aminoré el paso. Los saludé.

—¿Pero, cómo estás? —me preguntó Genaro, con tal afectación que todos reímos.

—Está más que bien intervino don Juan antes de que yo pudiera responder.

—Eso veo —repuso don Genaro—. ¡Mira esa papada! ¡Y mira ese chicharrón en los cachetes!

Don Juan se echó a reír agarrándose el estómago.

—Tienes la cara redonda —prosiguió don Genaro—. ¿A qué te has dedicado? ¿A comer?

Don Juan le aseguró, en son de broma, que mi estilo de vida me imponía comer en abundancia. De la manera más amistosa, hicieron bromas acerca de mi vida, y luego don Juan me pidió sentarme entre ellos. El sol ya se había puesto detrás de la enorme cordillera del oeste.

—¿Dónde está tu famoso cuaderno? —me preguntó don Genaro, y cuando lo saqué del bolsillo gritó como los charros y me lo quitó de las manos.

Obviamente, me había observado con gran cuidado y conocía a la perfección mis manerismos. Sostuvo el Cuaderno en ambas manos y jugó nerviosamente con él, como si no supiera en qué ocuparlo. Dos veces pareció a punto de arrojarlo a un lado, pero se contuvo. Luego lo reclinó contra sus rodillas y fingió escribir febrilmente, como yo hago.

Don Juan rió tanto que casi se ahoga.

—¿Qué hiciste después de que me fui? —preguntó cuando ambos se hubieron calmado.

—El jueves fui al mercado —dije.

—¿Qué hacías allí? ¿Desandando tus pasos? —repuso.

Don Genaro cayó hacia atrás y produjo con los labios el ruido seco de una cabeza al golpear contra el suelo. Me miró de reojo e hizo un guiño.

—Tuve que hacerlo —dije—. Y descubrí que entre semana no hay puestos de monedas ni de libros usados.

Los dos rieron. Luego don Juan dijo que hacer preguntas no revelaría nada nuevo.

—¿Qué es lo que realmente pasó, don Juan? —pregunté.

—Créeme, no hay manera de saberlo —dijo con sequedad—. En esos asuntos, tú y yo estamos en las mismas. Mi ventaja sobre ti en este momento es que yo sé cómo llegar al nagual, y tú no. Pero una vez que llego allí, no tengo más ventaja ni más conocimiento que tú.

—¿Aterricé realmente en el mercado, don Juan? —pregunté.

—Claro que sí. Ya te lo dije: el nagual está a las órdenes del guerrero. ¿No es cierto, Genaro?

—¡Cierto! —exclamó don Genaro con voz atronadora y se incorporó en un solo movimiento. Fue como si su voz lo hubiera alzado, desde una postura yacente, hasta una perfectamente vertical.

Don Juan casi rodaba por el suelo de tanto reír. Don Genaro, con aire de indiferencia, hizo una cómica reverencia y dijo adiós.

—Genaro te verá mañana en la mañana —dijo don Juan—. Ahora debes quedarte aquí sentado en silencio completo.

No dijimos otra palabra. Tras horas de silencio, me quedé dormido.

Miré mi reloj. Eran casi las seis de la mañana.



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