Reino de ladrones by Leigh Bardugo

Reino de ladrones by Leigh Bardugo

autor:Leigh Bardugo [Bardugo, Leigh]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2017-12-01T05:00:00+00:00


ntrar en la casa no fue ni de cerca tan difícil como debería haberlo sido, y eso puso nervioso a Kaz. ¿Estaba dando demasiado crédito a Van Eck? Ese hombre piensa como un mercader, se recordó mientras se metía el bastón bajo el brazo y bajaba por una cañería. Todavía cree que su dinero lo mantiene a salvo.

Los puntos de entrada más fáciles eran las ventanas del piso superior de la casa, accesibles solo desde el tejado. Wylan no estaba dispuesto a subir o bajar, así que Kaz iría primero y lo dejaría pasar por los pisos inferiores.

—Dos piernas buenas y todavía necesita una escalera —murmuró, ignorando la punzada de dolor de su pierna.

No le emocionaba tener que hacer otro trabajo con Wylan, pero el conocimiento del muchacho sobre la casa y los hábitos de su padre sería útil si había alguna sorpresa, y él era el que estaba mejor equipado para manejar el ácido áurico. Kaz pensó en Inej, en el tejado de la Iglesia del Trueque, con las luces de la ciudad reluciendo debajo. Esto es lo que se me da bien, así que déjame hacer mi trabajo. De acuerdo. Les dejaría hacer sus trabajos a todos. Nina cumpliría su parte de la misión, e Inej había parecido lo bastante confiada en su habilidad de caminar por la cuerda, con poco descanso y sin la seguridad de una red. ¿Te lo habría dicho si tuviera miedo? ¿Es algo por lo que alguna vez hayas mostrado simpatía?

Kaz se sacó ese pensamiento de la mente. Si Inej no dudaba de sus habilidades, entonces él tampoco debía. Además, si quería ese sello para los queridos refugiados, tenía sus propios problemas de los que ocuparse.

Por suerte, el sistema de seguridad de Van Eck no era uno de ellos. La vigilancia de Inej había indicado que las cerraduras eran estilo Schuyler. Eran unas cabronas complicadas, pero en cuanto forzabas una, las habías forzado todas. Kaz había estado en términos muy amistosos con un cerrajero de la Klokstraat que creía firmemente que Kaz era el hijo de un acaudalado mercader que valoraba enormemente su colección de impagables cajas de rapé. Por consiguiente, Kaz era siempre el primero en saber exactamente cómo los ricos de Ketterdam mantenían a salvo sus propiedades. Una vez había oído a Hubrecht Mohren, Maestro Ladrón de Pijil, parloteando sobre la belleza de una cerradura de calidad estando borracho de cerveza en el Club Cuervo.

—Una cerradura es como una mujer —había dicho, amodorrado—. Tienes que seducirla para que te entregue sus secretos.

Era uno de los viejos colegas de Per Haskell, muy dado a hablar sobre días mejores y grandes fraudes, sobre todo si significaba que no tenía que hacer mucho trabajo. Y esa era exactamente la clase de conocimientos varios que le gustaba enseñar a esos parásitos. Sí, una cerradura era como una mujer. También era como un hombre, o como cualquier otra cosa: si querías comprenderla, tenías que desmontarla y ver cómo funcionaba. Si querías dominarla, tenías que aprendértela tan bien como para volver a montarla.



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