Pentimento by Lillian Hellman

Pentimento by Lillian Hellman

autor:Lillian Hellman [Hellman, Lillian]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1974-01-01T05:00:00+00:00


* * *

The Children’s Hour fue mi primera obra. No recuerdo demasiadas cosas de su redacción ni del reparto, pero recuerdo a Lee Shubert, propietario del teatro —así como de muchos otros teatros de Nueva York— bajando por el pasillo central para fijar su mirada en mí durante un día de ensayo. Estaba sentada hacia el centro del teatro con los pies en lo alto de la butaca que tenía enfrente. Se acercó y me dijo:

—Aparte sus sucios zapatos de mi butaca.

—Mis zapatos no están tocando la butaca, Mr. Shubert —le dije, pero después de una pausa, empujó mi pierna derecha al suelo.

—No me gusta que un extraño pierda el tiempo tontamente con mi pierna derecha, así que no lo repita.

Mr. Shubert llamó a Herman Shumlin, que estaba dirigiendo la obra desde la fila cero. Se reunieron en el pasillo y oí que Herman decía:

—Esa muchacha, como usted la llama, es la autora de la obra —y volvió a su labor de dirección.

Alrededor de media hora más tarde, Mr. Shubert, que había permanecido al fondo de la sala contemplando la obra en la que había invertido dinero, se adelantó y se sentó detrás de mí.

—Esta obra —me dijo a mis espaldas— podría hacer que nos encontráramos todos en la cárcel.

Había estado viendo la escena de la confesión, el reconocimiento del amor de una mujer por otra.

—Estoy comiendo un bocadillo de frankfurt y no quiero pensar en la cárcel. ¿Le apetece un mordisco?

—Le prohíbo que ensucie de mostaza mis butacas —dijo y no volvería a verle de nuevo hasta que la obra llevaba ya unos seis meses en cartel y, entonces, le oí preguntar al portero quién era yo.

Siempre me he dicho a mí misma que estaba tan borracha la noche del estreno de The Children’s Hour porque había empezado a beber dos noches antes. Había ido a cenar con mis padres, quienes no habían leído la obra, no habían presenciado los ensayos, no habían hecho preguntas, pero, obviamente, habían hablado entre ellos cuando se encontraban a solas. Ambos estaban orgullosos de mí, pero en mi familia no se manifestaban tales cosas, y los dos, creo, estaban asustados por estar yo en un mundo que ellos desconocían.

En cualquier caso, mi madre, quien con frecuencia decía frases que no tenían relación alguna con lo que seguía, dijo, al vuelo:

—Bien, todo cuanto sé es que fuiste considerada el bebé que mejor olía de Nueva Orleáns.

A lo largo de mi vida me lo había dicho en multitud de ocasiones, explicándome que dos damas desconocidas se habían parado delante de nuestra casa para contemplarme en el cochecito y luego a agacharse y olerme. Una de ellas había dicho: «Es el bebé que mejor huele de la ciudad». La otra había añadido: «De todo Nueva Orleáns»; y cuando mi madre explicó la alegría de tal intercambio, la vecina dijo que era cierto, cierto a las mil maravillas que yo siempre olía como una rosa. No sabía que mi madre no se lo hubiera contado hasta aquella



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