Pastores del mal by Félix García Hernán

Pastores del mal by Félix García Hernán

autor:Félix García Hernán [García Hernán, Félix]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2021-09-15T00:00:00+00:00


XXVI

Hacía muchos años que Javier no realizaba labores de campo, y más aún en una ciudad que apenas conocía. Hasta ese momento habían resultado infructuosas las horas que llevaba siguiendo al obispo. Como le había informado Raúl, cuando hacía buen tiempo jugaba al tenis a primera hora contra un joven sacerdote de la diócesis. Javier, jugador aficionado, había visto a distancia cómo se manejaba en la cancha Su Ilustrísima, mucho mejor jugador que él.

Aunque el obispo pasaba la mayor parte del día en la diócesis, de vez en cuando utilizaba el sedán negro con chófer que tenía a su disposición, pero lo hacía exclusivamente para dirigirse a reuniones que mantenía en sedes de oenegés o para trasladarse a parroquias pertenecientes a la diócesis.

Javier miró su reloj. Le costaba acostumbrarse a que a las cinco de la tarde ya hubiera anochecido. Al ser sábado, la actividad de la diócesis estaba casi paralizada y, estaba pensando en dar por terminada su guardia y regresar a su hotel cutre al norte de Manhattan, cuando observó que el sedán del obispo aparcaba frente a la entrada principal de la diócesis. Como imaginó, no tardó en aparecer Dawkins vestido con alzacuello. Montó en el coche y este se puso de inmediato en marcha. Javier lo siguió a una prudente distancia.

El sedán entró en el puente de Brooklyn. «Hacer un seguimiento es como montar en bicicleta —pensó Javier—, nunca se olvida. Sobre todo si dispones de un GPS en el coche de última generación —se sonrió». Intentó mantener una distancia constante de cincuenta metros tras el coche del obispo y observó que este, al salir del puente, enfilaba una calle a la derecha. Por fortuna para Javier, el tráfico en Manhattan un sábado era fluido.

El vehículo llegó a Times Square y se detuvo frente a uno de los muchos teatros que poblaban el cruce de caminos más famoso del mundo. Una gran cartelera de neón anunciaba el éxito de Broadway, y Javier soltó en voz alta un exabrupto, pensando en que de nuevo había perdido el tiempo. Estacionó su coche en un lado de la calzada, rezando para que no apareciera un guardia y lo expulsase de un lugar donde estaba completamente prohibido aparcar. El obispo, en vez de entrar en el teatro, se quedó de pie en la acera, observando cómo su sedán oficial continuaba la marcha en dirección desconocida. Una vez que el coche desapareció de su vista, Dawkins paró un taxi.

Intrigado, Javier situó en cuanto pudo su vehículo de nuevo tras el taxi y este tomó la Séptima Avenida. Se extrañó, ya que esa calle, como todas las avenidas neoyorquinas, era de una sola dirección, y en este caso, de bajada hacia The Battery, de donde procedían. El taxi, después de serpentear por la parte baja de Manhattan, entró en Hudson Street. Javier ya conocía lo suficiente la isla como para saber que se encontraban en el barrio de moda de la ciudad. El taxi paró y el obispo bajó. El alzacuello había



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