Orden mundial by Henry Kissinger

Orden mundial by Henry Kissinger

autor:Henry Kissinger [Kissinger, Henry]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Debate
publicado: 2016-01-13T23:00:00+00:00


EL ORDEN INTERNACIONAL DE ASIA Y CHINA

De todas las concepciones del orden mundial en Asia, China ha producido la más duradera, la más claramente definida y la más lejana a las ideas westfalianas. También ha tomado el camino más complejo: de la antigua civilización, pasando por el imperio clásico, a la revolución comunista y al estatus de gran potencia moderna: un recorrido que tendrá un profundo impacto sobre la humanidad.

Desde su unificación como entidad política individual en el año 221 a.C. hasta comienzos del siglo XX, la posición central de China respecto al orden mundial estaba tan arraigada en su élite que el idioma chino no tenía una palabra para designarla. Solo retrospectivamente los eruditos definieron el sistema de tributos «sinocéntrico». Según este concepto tradicional, China se consideraba en algún sentido el único gobierno soberano del mundo. Su emperador era tratado como una figura de dimensiones cósmicas y se pensaba que era el nexo entre lo humano y lo divino. Su dominio no era el Estado soberano de «China» —es decir, los territorios inmediatamente bajo su égida—, sino de «todo lo que había bajo el cielo», de lo cual China era la parte central, civilizada: el «Reino del Medio» que inspiraba y elevaba al resto de la humanidad.[1]

Desde esta perspectiva el orden mundial reflejaba una jerarquía universal, no un equilibrio entre estados soberanos rivales. Todas las sociedades conocidas mantenían una suerte de relación tributaria con China, en parte basada en su proximidad con la cultura china; nadie podía ser igual a ella. Los otros monarcas no eran pares soberanos, sino discípulos ansiosos por aprender el arte de gobernar, que aspiraban a la civilización. La diplomacia no era un proceso de negociación entre múltiples intereses soberanos, sino una serie de ceremonias cuidadosamente elaboradas, en las que a las sociedades extranjeras les era concedida la oportunidad de afirmar el lugar que tenían asignado en la jerarquía global. De acuerdo con esta perspectiva, lo que hoy llamamos «política exterior» era jurisdicción del Ministerio de Rituales, que determinaba los matices de la relación tributaria, y de la Oficina de Asuntos de Frontera, encargada de gestionar las relaciones con las tribus nómadas, en la China clásica. El Ministerio de Asuntos Exteriores no se estableció en China sino hasta mediados del siglo XIX y por necesidad: para tratar con los intrusos de Occidente. Incluso entonces, los funcionarios pensaban su tarea como la tradicional práctica del manejo de los bárbaros, no como algo relacionado con la diplomacia westfaliana. El nuevo ministerio llevaba el significativo nombre de «Oficina para gestionar los asuntos de todas las Naciones», que implicaba que China no pensaba involucrarse en absoluto en la diplomacia interestatal.[2]

La meta del sistema de tributos era fomentar la deferencia, no extraer un beneficio económico o dominar militarmente a las sociedades foráneas. El logro arquitectónico más imponente de China, la Gran Muralla, que se extiende por más de ocho mil kilómetros, fue iniciado por el emperador Qin Shi Huang, que acababa de derrotar militarmente a todos sus rivales, para poner fin al período de los estados en guerra y unificar China.



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