Nueve Futuros by Asimov Isaac

Nueve Futuros by Asimov Isaac

autor:Asimov, Isaac [Asimov, Isaac]
La lengua: glg
Format: epub
publicado: 2011-11-26T01:57:30+00:00


─Miles de angulas grandes como mulas me tienen que matar.

─Atar después de bailar.

─Hilar muy finas.

─Minas de sal.

─Salga el rey.

─Buey.

Lo intenté dos o tres veces más, hasta que vi que por allí no iría a ninguna parte. El culpable, quienquiera que fuese de los tres, se había ejercitado, o bien poseía un talento natural para efectuar asociaciones de ideas espontáneas. Desconectaba su cerebro y dejaba que las palabras saliesen al buen tun tun. Además, debía saber lo que yo estaba buscando. Si «estupefacción» con su derivado «estupefaciente» no le habían delatado, la repetición por tres veces consecutivas de la palabra «espaciolina» debía haberlo hecho. Los otros dos nada debían sospechar, pero él sí.

¿Cómo conseguiría descubrirlo entonces? Sentí un odio furioso hacia él y noté que me temblaban las manos. Aquella asquerosa rata, si se escapaba, corrompería toda la galaxia. Por si fuese poco, era culpable de la muerte de mi mejor amigo. Y por encima de todo esto, me impedía acudir a mi cita con Flora.

Me quedaba el recurso de registrarlos. Los dos que se hallaban realmente bajo los efectos de la espaciolina no harían nada por impedirlo, pues no podían sentir emoción, temor, ansiedad, odio, pasión ni deseos de defenderse. Y si uno de ellos hacía el menor gesto de resistencia, ya tendría al hombre que buscaba.

Pero los inocentes recordarían lo sucedido, al recobrar la lucidez. Recordarían que los habían registrado minuciosamente mientras se hallaban bajo los efectos de la espaciolina.

Suspiré. Si lo intentaba, descubriría al criminal, desde luego, pero yo me convertiría después en algo extraordinariamente parecido al hígado trinchado. El Servicio recibiría una terrible reprimenda, el escándalo alcanzaría proporciones cósmicas, y en el aturdimiento y la confusión que esto produciría, el secreto de la espaciolina alterada se difundiría a los cuatro vientos, con lo que todo se iría a rodar.

Desde luego, el culpable podía ser el primero que yo registrase. Tenía una probabilidad entre tres que lo fuese. Pero no me fiaba.

Consulté desesperado mi reloj y mi mirada se enfocó en la hora: las 9:15.

¿Cómo era posible que el tiempo pasase tan de prisa?

¡Oh, Dios mío! ¡Oh, pobre de mí! ¡Oh, Flora!

No tenía elección. Volví a la cabina para hacer otra rápida llamada a Flora. Una llamada rápida, para que la cosa no se enfriase; suponiendo que ya no estuviese helada.

No cesaba de decirme: «No contestará».

Traté de prepararme para aquello, diciéndome que había otras chicas, que había otras...

Todo inútil, no había otras chicas.

Si Hilda hubiese estado en Puerto Marte, nunca hubiera pensado en Flora; eso para empezar, y entonces su falta no me hubiera importado. Pero estaba en Puerto Marte y sin Hilda, y además tenía una cita con Flora.

La señal de llamada funcionaba insistentemente, y yo no me decidía a cortar la comunicación.

¡De pronto contestaron!

Era ella. Me dijo:

─Ah, eres tú.

─Claro, cariño, ¿quién si no podía ser?

─Pues cualquier otro. Otro que viniese.

─Tengo que terminar este asunto, cielito.

─¿Qué asunto? ¿Plastones pa quien?

Estuve a punto de corregir su error gramatical, pero estaba demasiado ocupado tratando de adivinar qué debía significar «plastones».



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.