Noticia de mi vida by Carmen Rigalt

Noticia de mi vida by Carmen Rigalt

autor:Carmen Rigalt [Rigalt, Carmen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Comunicación
editor: ePubLibre
publicado: 2021-06-23T00:00:00+00:00


El vodevil

La redacción era confortable, una mezcla de saloncito de estar y fumadero de opio. Llegabas al periódico a las once de la mañana y salías a las siete u ocho de la tarde, con la ciudad en pleno apogeo. Lo procedente era que te marcharas a casa, pero eso no sucedía nunca. Nuestra casa era la calle. Y de la calle, los baretos o las cafeterías con nombres yanquis: Nebraska, Florida, California o Nevada. Era la moda. Sin embargo, nuestro gremio iba al Gijón, donde acudía la bohemia más castiza. Ahí se congregaba la gente del arte y las letras. Todavía hoy, el café conserva el aroma de las antiguas tertulias que reunían a lo más florido del periodismo y la literatura, sin olvidar a los grandes de la escena. Era un café con personalidad, como en su día lo fue el Teide, donde escribía César González Ruano, o más tarde, el Café Comercial, en la glorieta de Bilbao. Yo no frecuenté ninguno de los tres, si bien aparqué en ellos para citas de trabajo, aunque no en el Teide. El Teide ya había desaparecido cuando llegué a Madrid. Mi intención era quedarme unos días, pero ya llevo una vida y voy por la segunda.

Lo primero que hice en Madrid fue desprenderme del baúl, que no era precisamente el de la Piquer, y luego buscar trabajo. Si he de ser sincera, primero busqué influencias para el trabajo propiamente dicho.

Hete aquí que un día, mientras ojeaba periódicos, encontré en la bolsa de trabajo del ABC una oferta interesante y hecha a mi medida. Me tocó la lotería. Se buscaba a un escritor (preferentemente escritora) para colaborar en un libro, que al final resultó ser una especie de vodevil de dudoso gusto. Y allá que me fui, dispuesta a darlo todo. La cita era en General Oraa, no lejos de la pensión de Lagasca en la que vivía. Poco antes de llegar ya vi grupos de chicas esperando en la calle. A punto estuve de darme la vuelta, pero me armé de valor y aguanté; la cola bajaba del primer piso y recorría dos tramos de escaleras como un gusano, hasta llegar al bajo, donde el portero trataba de ordenar la circulación. No era ninguna oficina, sino un piso normal y corriente en el que recibía un hombre joven de procedencia árabe y andares silenciosos. La mayoría de las chicas entraban y salían rápido porque no debían de reunir las condiciones exigidas, pero conmigo fueron al grano y quedamos para otro día.

Al otro día todo fue igual. Me recibió el hombre de procedencia árabe y me depositó en un despacho desangelado donde encontré al mismo septuagenario de la tarde anterior sentado en una silla de ruedas con un bloque de folios entre las manos. El mismo hombre con los mismos ojos claros y el mismo pelo canoso. Hablaba español, seguramente con acento yanqui, aunque ahora que ha pasado tanto tiempo tiendo a confundirlo todo y ya no recuerdo si era acento yanqui o inglés.



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