Naufragios by Akira Yoshimura

Naufragios by Akira Yoshimura

autor:Akira Yoshimura
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788492728589
publicado: 2024-02-17T00:00:00+00:00


6

La cercanía de la primavera se hizo más palpable con el paso de los días y la nieve que cubría el pueblo empezó a derretirse. La nieve acumulada encima de las casas caía pesadamente al suelo, haciendo temblar las paredes. La paja húmeda de los tejados desprendía vapor.

El estado de ánimo de los aldeanos mejoró con la llegada de la primavera. La subida de las temperaturas propició que varios tipos de peces y marisco empezaran a acercarse a la costa rocosa. En todas las casas había arroz almacenado, de modo que no faltaría grano, y con una buena temporada de pesca tendrían comida abundante.

Isaku se había dado cuenta del cambio de humor de sus vecinos. El peligro había desaparecido y sus ojos reflejaban tranquilidad. Algunos hombres fumaban sentados al sol frente a las puertas de sus casas, mientras que otros dormitaban en la playa.

Isaku había oído a los habitantes del pueblo hablando a escondidas sobre la venta de sal. Un hombre de mediana edad que encontró en el camino dirigió una lánguida mirada a las montañas y susurró:

—Me pregunto si este año también habrá que ir a vender sal...

Todos los años, a finales de febrero, los aldeanos llevaban la sal que habían hecho durante el invierno al pueblo vecino, donde la intercambiaban por cereales. Pero aquel año tenían suficiente arroz almacenado, y no había ninguna necesidad de ir a vender sal a cambio de un puñado de grano. Los sacos de sal pesaban mucho, y suponía un enorme esfuerzo subir la montaña y cruzar el puerto. Algunos tropezaban y se rompían la pierna. Además, aunque caminaran de sol a sol, tardaban tres días en llegar al pueblo vecino.

En la familia de Isaku, la madre era la única que podía ir a vender la sal.

—Mucha gente dice que no quiere ir al pueblo vecino —le comentó Isaku un día. Ella se limitó a arrugar la frente sin responderle.

Un día de mala mar, el jefe convocó una asamblea en su casa a la que Isaku también asistió. Hombres y mujeres se reunieron en el suelo de tierra. El jefe estaba sentado junto al hogar. Su anciano consejero, que estaba a su lado, se levantó y se dirigió a los vecinos.

—Mañana, cuando amanezca, iréis a vender sal. Sé que algunos de vosotros no estáis conformes, pero hacer lo contrario sería una necedad. ¿Os habéis preguntado qué dirían de nosotros si no fuéramos, a pesar de que lo hacemos año tras año? Empezarían a rumorear que no necesitamos grano porque hemos obtenido otras provisiones, y acabarían averiguando que tenemos el botín de O-fune-sama. ¿No se os había ocurrido?

La voz del anciano sonaba encolerizada. Los aldeanos reunidos en el patio enrojecieron avergonzados y asintieron sumisamente. Sin decir palabra, el anciano recorrió la multitud con la mirada.

—Partiréis mañana por la mañana. La única comida que os llevaréis para el viaje serán bolitas de pasta de mijo y pescado seco, no quiero que nadie se lleve ni un grano de arroz. Hay que dar la imagen de que estamos a punto de morir de hambre —advirtió el anciano con su mirada penetrante.



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