Nana by Émile Zola

Nana by Émile Zola

autor:Émile Zola [Zola, Émile]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1880-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo IX

En el Varietés se ensayaba Duquesita. Acababan de ensayar el primer acto e iban a empezar el segundo. En el proscenio, en viejos sillones, Fauchery y Bordenave discutían, mientras que el apuntador, el tío Cossard, un jorobadito sentado en una silla de enea, hojeaba el manuscrito con un lápiz en los labios.

—¿Qué estamos esperando? —gritó de pronto Bordenave, golpeando furiosamente las tablas con el puño de su bastón—. Barillot, ¿por qué no se empieza?

—Es el señor Bosc, que ha desaparecido —respondió Barillot, que era segundo regidor.

Entonces fue el acabóse. Todo el mundo llamaba a Bosc mientras Bordenave juraba.

—Estoy hasta la coronilla. Siempre ocurre lo mismo. No se hace más que llamar y siempre están donde no hace falta… Y aún gruñen cuando se les retiene después de las cuatro.

Bosc llegaba con la mayor tranquilidad.

—¿Qué? ¿Qué me quieren? Ah, es a mí. Con decirlo… Bueno, Simonne, dame la réplica: «Ya llegan los invitados» y yo entro… ¿Por dónde entro?

—Por la puerta, claro —declaró Fauchery molesto.

—Sí, ¿pero dónde está la puerta?

Esta vez Bordenave cayó sobre Barillot, jurando y aporreando las tablas a bastonazos.

—¡Estoy harto! Dije que colocasen una silla que hiciese de puerta. Todos los días hay que empezar con la misma canción… ¡Barillot! ¿Dónde está Barillot? ¡Otra vez lo mismo! Todos se largan.

Barillot fue a colocar la silla, silencioso, como si no fuesen contra él los rugidos. Y empezó nuevamente el ensayo.

Simonne, con sombrero y su abrigo de pieles, adoptaba aires de sirvienta en plan de arreglar los muebles. Se interrumpió para decir:

—Saben, aquí no hace calor con que ensayo con las manos en el manguito.

Luego, mudando la voz, acogió a Bosc con un grito afectuoso:

—Vaya, si es el señor conde. Usted es el primero, señor conde, y la señora va a ponerse muy contenta.

Bosc llevaba un pantalón lleno de barro, un impermeable amarillo y una gran bufanda enrollada al cuello, las manos en los bolsillos y un viejo sombrero puesto; contestó con voz sorda, sin interpretar, arrastrándose:

—No moleste a su ama Isabel; quiero sorprenderla.

El ensayo continuó. Bordenave, ceñudo, hundido en el fondo de su sillón, escuchaba con gesto de cansancio. Fauchery, nervioso, cambiaba de posición, sintiendo a cada minuto deseos de interrumpir, pero se reprimía.

Luego, detrás de él, en la sala oscura y vacía, oyó un cuchicheo.

—¿Está ahí por casualidad? —preguntó inclinándose hacia Bordenave.

Éste respondió afirmativamente, con un movimiento de cabeza.

Antes de aceptar el papel de Géraldine, que le ofrecían, Nana quiso ver la obra, porque aún dudaba si interpretar un papel de buscona. Ella soñaba con un papel de mujer honrada. Estaba oculta en la sombra de un palco con Labordette, quien le ofreció su mediación con Bordenave. Fauchery la buscó con la mirada y luego puso de nuevo su atención en el ensayo.

Sólo el proscenio estaba iluminado. Una derivación, una llama de gas cogida de la candileja central, cuyo reflejo arrojaba la claridad sobre los primeros planos, parecía un gran ojo amarillo abierto en medio de la semioscuridad, con una tristeza lóbrega.

Junto a la delgada cañería de



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