Mujeres & Mujeres by Juan Madrid

Mujeres & Mujeres by Juan Madrid

autor:Juan Madrid [Madrid, Juan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1995-01-01T05:00:00+00:00


12

La Venta del Gato estaba lleno a rebosar de un público distinguido, sentado en las mesas que rodeaban el tablao, imitación de vieja taberna andaluza, y acodado en el mostrador. Los miembros de una excursión de turistas japoneses, con guía incluido, se habían sentado muy tiesos en primera fila, algunos con sombreros cordobeses.

Anunchi le dijo al portero quién era y con quién estaba citada, y el portero casi hace una reverencia. Llamó a un camarero y éste nos condujo por la atestada sala hasta un reservado.

Estaba decorado como un colmao andaluz de principios de siglo, donde había una mesa de regulares proporciones con un surtido de vinos finos y manzanillas, un jamón que por su aspecto y olor debía ser pata negra auténtico, varias cañas de lomo, queso manchego curado, pan de pueblo, aceitunas negras y varios tronchos de lechuga. También había catavinos y una jarra de agua, además de servilletas y cubiertos.

Nos sentamos a una mesa redonda, sobre la que había un mantel blanco inmaculado.

—¿Quieren que les sirva algo? —nos preguntó el camarero—. Estoy a su servicio. Don Manuel me ha indicado que no les falte de nada.

Negué con la cabeza. Anunchi hizo lo mismo y el camarero se retiró y nos dejó solos. Anunchi me apretó la mano con fuerza.

—¡Ay, Toni, qué nerviosa estoy! ¡Qué nervios tengo!

—No tienes por qué preocuparte.

—Va a venir, lo presiento.

—¿Y siempre hace lo mismo? ¿Como si fuera un Rey Mago?

—Es hermano del vicepresidente del Gobierno, Toni. Es un personaje muy importante, no lo olvides.

En ese momento se abrió la puerta y entró Aróstegui, acompañado de otros dos policías. Los tres llevaban impecables trajes Armani y se dirigieron a nosotros sin ningún preámbulo.

Aróstegui fingió no reconocerme.

Me mostró su placa.

—Buenas noches. Escoltas. Disculpen. —Me habló directamente, mientras los otros dos no apartaban la vista de mí—. ¿Tiene inconveniente en mostrarme su documentación?

Se la enseñé y la miró unos instantes. Me la devolvió.

—Disculpe que le moleste otra vez. ¿Le importa ponerse en pie?

Le hice caso.

Uno de los policías que había permanecido al margen, sacó de la chaqueta un detector de metales portátil y me lo pasó por el cuerpo, de arriba abajo, varias veces. Guando creyó que yo no podía llevar ni una cuchilla de afeitar se retiró otra vez a un segundo plano.

Entonces, Aróstegui le hizo una pequeña reverencia a Anunchi.

—Señora, le ruego que nos disculpe, pero es nuestro trabajo.

—No importa, comisario —contestó ella—. Ha sido usted muy amable.

Aróstegui hizo otra pequeña reverencia como despedida

y se retiró, seguido por los otros dos. Me volví a Anunchi.

—¿De qué conoces tú a Aróstegui? —le pregunté.

—¿Cómo no lo voy a conocer? —respondió ella—. Es el escolta de mi marido.

—Tu ex marido —añadí yo.

—Ya está aquí —murmuró ella, y me volví.

Manolo, el auténtico Manolo, estaba allí, en la puerta.

Y no lo había oído pasar.

Tenía mejor aspecto que en las fotografías. Era de estatura mediana, tirando a baja, de pecho ancho y fuerte, con pelo solamente en la parte posterior de la cabeza, que le confería un cierto aspecto frailuno, barba recortada y unos ojos grandes y claros como sólo poseen algunos andaluces.



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